Violencia y humor absurdo
El segundo largometraje del director de "Fase 7" reconoce influencias varias, entre ellas las de aquellos thrillers paranoides de los ’70 en los que la aparente quietud citadina esconde conspiraciones, organizaciones secretas, espías y negocios oscuros.
Hace algunas semanas, diversos opinólogos públicos y voces anónimas, refugiados bajo el paraguas de esa entelequia llamada “sentido común”, coincidían en que hay destruir el INCAA basándose en la (falsa) idea de que utiliza de dinero público para hacer películas “aburridas que no ve nadie” o que “son lentas y no pasa nada”. Es cierto que hay una porción de producciones nacionales atravesadas por un aire lánguido y minimalista cuyas búsquedas artísticas escapan a la lógica de los modelos narrativos más comerciales. Tan cierto como hay otras que recorren caminos radicalmente opuestos apostando un pleno a la energía y la vitalidad. Son aquéllas que entienden a la disciplina de la pantalla grande como una montaña rusa capaz de llevar de las narices al espectador a recorrer un amplio espectro de emociones. Estrenada en el marco dela Competencia Internacional del último Bafici, El sistema K.E.OP/S es un buen ejemplo para refutar el abolicionismo audiovisual.
Tiene su lógica que el aquí director Nicolás Goldbart haya desarrollado el grueso de su trayectoria profesional como montajista. Si en esa área es donde las películas adquieren su forma definitiva a fuerza de cortes y uniones milimétricas, su segundo largometraje en la silla plegable luego de la lejana Fase 7 (2010) es el jugo obtenido luego de cortar y exprimir unas rodajas de la violencia seca y absurda de Tarantino, otras tantas de la nocturnidad entendida a la manera de Martín Scorsese (Después de hora es una referencia ineludible), las infaltables dosis del Hitchcock más voyeur y hasta algo de aquellos thrillers paranoides de los ’70 en los que la aparente quietud citadina esconde conspiraciones, organizaciones secretas, espías y negocios oscuros.
Pero El sistema K.E.OP/S tiene personalidad propia, en tanto su acción, a diferencia de nueve de cada diez producciones nacionales con aspiraciones comerciales, no podría transcurrir en un lugar distinto al que transcurre. El epicentro narrativo es el barrio porteño de Belgrano, más precisamente en cercanías de una avenida Cabildo cuya soledad nocturna recuerda a los primeros meses de la pandemia. Pero al guionista Fernando Blansky (Daniel Hendler) no le preocupa ningún virus, sino el bloqueo mental que le impide cranear un próximo proyecto. Toda excusa es buena para distraerse. Sobre todo, si esa excusa tiene la forma de un hombre cayendo desde uno de los balcones más altos del edificio donde vive. Mientras agoniza estrolado en el techo de un auto, balbucea la palabra “Keops”. Fernando, desde ya, no tiene idea de qué se trata, hasta que Google devuelve un sitio web financiero homónimo que promete inversiones con alta rentabilidad. El problema es que, una vez que ingresa, lo que ve es la imagen en vivo de su ventana filmada desde algún balcón cercano.
Keops, además, tiene un potencial golpe mortal con la forma de unas fotos de Fernando encamándose con una chica que no es su novia (Violeta Urtizberea), un personaje con el que el guion de Goldbart no parece muy bien qué hacer. Movido por esa inquietud, Fernando y su amigo Sergio (Alan Sabbagh, uno de los comediantes más notables del panorama actual), quienes como en toda buddy movie se pelean y se insultan como dos hermanos de cinco años, se embarcan en un largo camino para saber de qué se trata y recuperar el back up con esas imágenes.
Un camino donde la violencia se entrevera con un humor que pendula entre la negrura y un absurdo fruto de la interacción de la dupla con esos “villanos” (Rodrigo Noya y Gastón Cochiaralle) que, en realidad, son torpes e inexpertos antes que malvados. Con momentos de altísimo octanaje cómico, como esa escena en el supermercado, El sistema K.E.OP/S pierde parte de su energía durante un tramo final que abraza un serie de situaciones algo menos originales. Pero a esas alturas ya es imposible despreocuparse por la suerte de esos amigotes envueltos por las redes de una noche inolvidable.