El sistema K.E.OP/S es una apuesta ingeniosa que llega a buen puerto
El segundo film de Nicolás Goldbart confirma las expectactivas que despertó su debut, Fase 7, con otra historia de vidas anónimas enredadadas por casualidad en una aventura
Si hay un director argentino, contemporáneo y cercano a las narrativas de género, que despertó expectativas luego de su ópera prima, es Nicolás Goldbart. Fase 7 aterrizó en 2010 como una apuesta arriesgada, un cruce inteligente entre la distopía y la alienación contemporánea, filmado con pulso y cercanía. En Goldbart se vislumbra la mezcla de su ecléctica cinefilia con un placer por poner en imágenes aquello que circula en su cabeza: escenas memorables recordadas de alguna película de su adolescencia, fragmentos de un diálogo gracioso, viñetas de un cómic, trozos de una cultura compartida. Todo ello se conjuga en la nueva El sistema K.E.OP/S, autóctona y al mismo tiempo heredera de varias tradiciones –Hitchcock, giallo, historietas de Ásterix y Óbelix, Tarantino, policiales de los 70, samuráis-, que logra una genuina dinámica entre su dúo protagonista mientras delinea una pesadilla impura e interminable.
La vida de Fernando Blansky (Daniel Hendler) no parece demasiado complicada. Se levanta a la mañana, apura a su hija para ir al colegio, compra unas facturas y espera la llegada de la ansiada inspiración para ese guion que va a salvarlo del hastío y la desocupación. Entre tanto, llama a su amigo el Oso para seguir el devenir de algunos guiones planchados en preproducción, se recuesta en el sillón del living de su casa de Belgrano, comenta con un seudónimo en el Facebook de su amigo de la infancia, el “gordo” Sergio Israel (impagable Alan Sabbagh). Pero esa existencia distendida, que sin embargo recibe la censura de su propia familia –acá Violeta Urtizberea resulta algo desaprovechada-, desemboca en un clickeo fatal en internet luego del recuerdo de la última palabra de un suicida: “K.E.OP/S”. K.E. OP/S parece ser una de esas promesas de millones al instante pero termina siendo el despliegue de un insidioso sistema de vigilancia que convierte la vida de Fernando en una persecución cada vez más introspectiva.
El sistema K.E.OP/S
El sistema K.E.OP/S
Goldbart desliza pistas sobre la construcción de su película en toda la puesta en escena: un inmenso póster de Blow Up de Antonioni, imágenes de Peeping Tom de Powell, los sistemas de cámaras de La conversación, el derrotero trágico de Travolta en Blow Out. Pero en el medio se cuela el humor de las buddy movies en la dupla que conforman Hendler y Sabbagh, el registro absurdo de esas vidas anodinas que encuentran la aventura por casualidad, los egos inflados en historias que copian de recuerdos infantiles y las peleas a sable limpio que cortan el hilo entre la realidad y la ficción. Si Goldbart se apoya en la creciente paranoia social, que sustituye la de los 70 concentrada en organismos como la CIA o el FBI por la de las corporaciones, las redes sociales o simplemente los onanistas de la vida ajena, su película se conduce con esa mirada constante sobre los hombros, de los personajes y de la propia historia. ¿Y ahora qué sigue?
El sistema K.E.OP/S funciona en su lógica, saca varias risas y construye un mundo propio gracias a sus actores en sintonía y a cierta irreverencia de la puesta en escena, nunca tímida ni acartonada. Es un buen regreso para su director, una idea modesta e ingeniosa llevada a buen puerto.