El cine rumano tiene muchas historias como estas para contar: es el pasado el que se atesora enterrado en el fondo de un vieja casa heredada, dividida entre dos hermanos, usada sucesivamente como jardín de infantes, metalúrgica, herrería. Si se cava bien profundo, se llega seguramente a las capas de la edad del bronce, al imperio romano, al mundo medieval.
El lugar se llama Islaz, una pequeña ciudad en las afueras de Bucarest, centro de la revolución liberal de Valaquia de 1848, allí van a parar dos hombres, vecinos, en busca del tesoro enterrado por el abuelo de uno de ellos para salvar las deudas hipotecarias que podrían hacer perder su casa. Porumboiu (Policia Adjetivo, Cae la noche en Bucarest) tiene sus modos de hablar de la historia de la nacionalización de la propiedad con la llegada del comunismo, de la recuperación con la revolución de 1989, de la burocracia y sobre todo, de los intereses en los créditos hipotecarios que actualmente ahogan a miles y miles de europeos.
Solo el pasado parece poder salvar a esa Europa inmersa en la crisis de la propiedad y la migración: dos grandes temas de los que esta película elige el primero para enlazar las referencias a esa historia social y política con los deseos personales: los del padre que quiere convertirse en héroe ante los ojos de su hijo pequeño. Es que de ese pasado no quedan los brillos, tal vez por eso la preferencia por los colores de tonos apagados en la composición de la imagen de la fotografía de Tudor Mircea y el diálogo sencillo y sin floreos que hace que lo que se dice siempre vaya al punto.
En la primera escena, el tránsito lo demora para ir a buscar al niño al colegio, el diálogo se centra en el enojo del pequeño, e otra escena el padre le enseña a defenderse frente a un compañero que lo acosa. Los planos son fijos, y el encuadre recto con respecto al espectador. Literalidad que se replica en los modos de los personajes de Porumboiu: ellos tienen problemas concretos que buscan soluciones concretas, no siempre tan simples como ellos. Sin embargo en algún momento, la manipulación de esa literalidad se manifiesta y estalla en una manera poética, sugerida. La lectura amorosa de Robin Hood del principio tendrá su cierre al final buscando aquello de lo implícito y lo sugerido que a lo largo de la pelicula fue tan cerrado.
El corazón de la película es la búsqueda del tesoro con un hombre contratado con el detector de metales de su jefe, por la mitad de precio, sin declaración a la policía ni papeles que llenar, la extensión de esta larga escena descompensa y problematiza un poco su propia clasicidad.
En El tesoro el tema no es el dinero, ni el oro, ni las joyas sino los niños. En definitiva, ¿no son de niños las historias de tesoros?