Un héroe para los malos tiempos
La nueva película de Corneliu Porumboiu, elegida como apertura del 12 Pantalla Pinamar, aborda la fragilidad social, económica y política de Rumania a partir de un relato de connotaciones fabulescas. El director de Cae la noche en Bucarest y Policía, adjetivo evita los lugares comunes y, sin abandonar el laconismo que volvió célebre a una generación de nuevos directores rumanos, aporta un toque de ternura.
La anécdota de El tesoro (2016) es sencilla. Durante la lectura nocturna de Robin Hood para su hijo, Costi es llamado por su vecino, quien, desesperado, le pide dinero prestado; si no paga un crédito, perderá su casa. Tras su negativa, el vecino vuelve a tocar su timbre. Esta vez lo hace para hacerle una propuesta. Hay en la casa de sus abuelos un tesoro enterrado. El problema radica en que para encontrarlo es necesario contar con un equipamiento especial, capaz de detectar metales. Con pagar tal herramienta, y en caso de encontrar el tesoro, Costi será recompensado con la mitad del tesoro.
Tras su aparición en las pantallas del mundo, hace alrededor de una década, el cine rumano consolidó una suerte de “estética nacional”, merced a una puesta en escena plena de “tiempos muertos”, recorridos por espacios consagrados a la burocracia, y cierto laconismo que definía la conducta de sus personajes pero también de un estado de situación más actual y marcadamente política. Un cine inteligente, capaz de mostrar la devastación post- Ceaușescu sin caer en subrayados o en el típico esquema dramático del “cine de denuncia”. La denuncia, en tal caso, viene dada por el tono. Por el “cómo” más que por el “qué”. El tesoro sigue esos lineamientos, sólo que aquí les adosa cierta mirada enternecedora, dada por el vínculo entre un hombre y su hijo. Este vínculo, en buena medida graficado por la lectura, establece conexiones con lo que sucederá más adelante, una vez que el deseado tesoro es encontrado.
A partir de ese momento, la película –que nunca se aparta de esa suerte de “naturalismo tedioso”- transita la comicidad y la alegoría política de forma orgánica a la historia. Está, como es de esperarse, la reconocible secuencia en la que los dos hombres son interpelados por la policía rumana, extensión de ese Estado ineficaz y caduco que no deja de tener una pata en el régimen dictatorial. Y el final, como toda fábula moral, ubica al espectador en una postura dialéctica. Y auspicia una reflexión sobre cuál es el valor de lo material, en un mundo en el que lo material está en manos de pocos, pese –o gracias a- el padecimiento de muchos.