Quizás El tesoro sea la película más austera de la ya de por sí austera filmografía de Corneliu Porumboiu. Sus recursos tradicionales siguen ahí (largos planos fijos, diálogos secos, humor asordinado, puesta sobria), que son, por caso, las características distintivas del cine rumano reciente. Pero en esta oportunidad todo estará reducido a la mínima expresión, empezando por la trama, escueta como nunca.
Una noche, Costi (Cuzin Toma), un cuarentón que vive con su mujer y su hijo en un departamento de Bucarest, recibe una propuesta no menos que insólita. Agobiado por las deudas, su vecino Adrian le pide prestados 800 euros para costear un detector de metales destinado a buscar un tesoro que su abuelo habría enterrado previo a instalarse el comunismo en Rumania. De encontrarlo, Adrian le dará la mitad a Costi. Sin evaluar demasiado la veracidad del encargo, Costi, cuya situación económica tampoco es la ideal, consigue el dinero y se embarca en el emprendimiento. Es allí cuando la película deja atrás su morosidad inicial para adentrarse en terrenos más inquietantes. Si el mentado tesoro aparece o no, es lo de menos (de todas manera, no develaremos la resolución).
Ganadora del premio Un Certain Talent en la última edición de Cannes, El tesoro es una película pequeña, ajustada en todos sus aspectos, conformada por herramientas que su director utiliza cada vez con mayor pericia. Un exponente que confirma (una vez más) que el cine rumano es algo más que una moda de festivales.