Un buen día a Coti, un ordinario hombre de familia, lo visita su vecino con una propuesta fuera de lo normal. Le propone visitar un terreno que le cedió su abuelo, en las afueras de Rumania, donde él cree que décadas atrás se enterró un tesoro. Coti es beneficiario de la oferta porque tiene el dinero para alquilar un buscador de metales. Si bien no tiene el mejor empleo, el buen hombre no parece necesitar de tal decimonónica empresa, pero igual entra al baile para ayudar al vecino. Y así arranca la aventura. Con la neblina matinal, Coti, el vecino y el dueño del detector de metales, un viejo de pocas pulgas, arriban a ese paraje desangelado, que tiene algo tarkovskiano, si se quiere, una entidad cuasi fantasmal, como el planeta Solaris y la zona Stalker. El viejo y el vecino, ambos de mal talante, entran a sacarse chispas; el viejo arranca con un buscador computarizado pero tiene que recurrir a uno antiguo, de esos que lanzan zumbidos. Los pocos vecinos se despiertan; el tesoro no aparece y, si aparece, cabe la posibilidad de que lo incaute la policía, una institución con el recelo estatal de los años soviéticos. Entre el registro casual, el humor y la magia, este nuevo film de Porumboiu (12:08; Cae la noche en Bucarest) reafirma la relevancia del nuevo cine rumano.