Un cofre rumano con magro tesoro
Para cualquier niño, un tesoro es un cofre lleno de joyas como en la época de Robin Hood. El adulto atesora, en cambio, papeles con dibujitos que pueden cambiarse por otros papeles con dibujitos, tanto más valiosos si tienen un lindo número y un buen respaldo. Pero eso puede ser algo decepcionante para la fantasía infantil. También esta obra del rumano Corneliu Porumboiu puede ser medio decepcionante para quien se deje llevar por los panegíricos que la acompañan desde su aparición en Cannes 2015. Aun así, tiene sus méritos.
"El tesoro" es un cuento rumano de humor asordinado, ocasional, con personajes agradables interpretados por actores inexpresivos, trama sencilla e interesante, buen enganche inicial afectado luego por algunos estiramientos, desenlace también agradable y remate desconcertante para más de uno. Pero que ata bien el moño de la fábula oculta detrás del cuento.
En él hay un empleado público, inspector de baja categoría cuyo hijito lo sigue atento en la lectura de "Robin Hood". Y hay un vecino inútil con una fuerte hipoteca sobre su cabeza y una loca obsesión dentro de ella: encontrar los posibles dinerillos que algún antepasado suyo escondió por ahí. Ambos hombres unen voluntades. La búsqueda requiere un detector de metales con el técnico que sepa manejarlo. El técnico requiere pago en negro. Y esto recién empieza.
Ahora, ¿cuándo habrán escondido esa riqueza? Pudo ser cuando la revolución de 1848, la invasión nazi, las expropiaciones comunistas, los negociados de los jerarcas comunistas, los negociados de las mafias postcomunistas, quién sabe. A esto se suman ponderables e imponderables, el argumento amaga casi continuamente con ir para un lado y toma otro, y plantea un problemita anexo: si llega a descubrirse un valor patrimonial, el Estado se quedaría con el 30%. Como sea, conviene evitar que se enteren los parientes, los envidiosos, los prepotentes, etc.
Por ahí va la fábula: el eterno asuntito de la distribución de la riqueza, de la que pueden beneficiarse, como si fuera un gesto justiciero, quienes no hicieron nada para merecerla.
El asunto cierra bien, y tendrá el beneplácito del público que gusta llamarse intelectual, pero dista de ser la comedia desopilante que los panegiristas proclaman. Tampoco da para decir que Porumboiu sea un nuevo genio, pero hay que reconocer que es ingenioso, tanto en contar algo de cierto trasfondo con mínimos elementos, como en solucionar descuidos de rodaje. Por ejemplo, durante un travelling anodino del fondo del jardín, que termina en el protagonista sentado, se oye a alguien decir que "está el loco buscando el tesoro del abuelo", pero no se ve a nadie ni se justifica el origen de la voz. Ese es un relleno puesto en edición para cubrir la duración del travelling. Igual queda como una especie de bache, de muy poco rigor que digamos.