No aclares que oscurece.
Al promediar la mitad, uno se pregunta en primer lugar ¿cuáles eran las intenciones de este segundo opus de Mariano Laguyas? Y la respuesta lejos de aclararse en El tiempo compartido se empantana como toda la película en su propuesta integral.
No hay elemento por el cual trazar un rumbo definido en una trama que por capricho recurre al vaivén temporal, sin sentido más allá que el de enfatizar los recuerdos de una turista española en la ciudad de Mar del Plata (Kyrana Gallego, sí, es española y se apellida Gallego) durante los Juegos Panamericanos en el año 1995.
Se habla de disquetes por ejemplo y en una pícara marca la clausura de las redes sociales para una introducción ágil de la historia pretenden establecer un guiño con el espectador y dejarle en claro el rigor de un guión que se preocupa por el verosímil. Sin embargo, esta cáscara de rigor se destruye en el momento de aplicar el abc de lo que no hay que hacer en una película: Personajes unidimensionales, diálogos grandilocuentes y mal ejecutados, digresiones sin sentido, y la sumatoria de incoherencias narrativas desde el planteo de un triángulo amoroso entre la protagonista española, y sus dos empleados argentinos, una mujer y un hombre, sumada una subtrama de estafas que involucran a un cuarto personaje también hombre en el corazón de un call center que se dedica al rubro turístico en la ya mencionada ciudad.
La forzada inserción de un drama en medio del disparate del mal policial es una desacertada idea entre tantas, y una manera poco feliz de generar alguna cuota de empatía -para ser benévolos con las actuaciones- con el público y la innecesaria decisión de querer sorprender con vueltas de tuerca que en vez de aclarar oscurecen.