Arnold, atleta de medio fondo
En los Juegos Olímpicos uno se encuentra observando determinados deportes a los que en general nunca le presta atención, y aprendiendo cosas que normalmente no aprendería. Por ejemplo, con las pruebas de atletismo de medio fondo, como los 800 metros llanos, donde se puede ver cómo los velocistas van regulando sus energías, para terminar explotando sus velocidades en los últimos cien metros. Allí, lo que cuenta antes del “sprint” final, es la capacidad de resistencia para mantenerse en carrera, entre el pelotón de los primeros.
Algo de todo lo mencionado anteriormente tiene El último desafío, la vuelta como protagonista de Arnold Schwarzenegger, quien demuestra nuevamente todo su oficio dentro del género de acción. Es que el film va arrancando de a poco, al trote, consolidando poco a poco la seguridad de su andar. En sus primeros minutos, podemos apreciar ciertas deficiencias en el relato, principalmente en algunos esquematismos en los personajes o situaciones. Aún así, le alcanza y le sobra para plantear la premisa sin muchas vueltas: un ex policía de Los Angeles (Schwarzenegger), ahora asentado como el sheriff de un pequeño pueblito fronterizo, se convierte en la última línea de defensa frente a un importante narcotraficante en fuga (Eduardo Noriega), quien ha armado un cuidadoso plan para huir a México. Para eso, contará con la ayuda de su inexperto equipo de alguaciles (Jaimie Alexander y Luis Guzmán), a los que se suman un ex combatiente de Irak y Afganistán (Rodrigo Santoro) y un desquiciado amante de las armas (Johnny Knoxville).
Pero es en la última media hora donde El último desafío se pone realmente interesante, porque es ahí donde acelera el ritmo, de manera cada vez más pronunciada, sin detenerse en esas reflexiones tan profundas como redundantes, entregándose a la más pura diversión. Así la narración se convierte en un soporte para el delirio, con mucho humor, tiros, explosiones y peleas mano a mano de anticuado pero rendidor estilo, como hacía un rato largo no se veían. Además, los estereotipos pasan de ser lastre a un disparador para la fluidez de la historia: la subtrama romántica es agradable; los malos malísimos son los perfectos adversarios; y el delirante adorador de las armas es tratado con el cariño que corresponde para un tipo que es un tiro al aire. Mucho tiene que ver el director surcoreano Kim Jee-woon (A tale of two sisters, El bueno, el malo, el loco, I saw the devil), quien ya ha evidenciado su capacidad para alternar entre diversos géneros, y que aquí no sólo actualiza el cine de acción norteamericano de los ochenta y noventa, sino que también coquetea con la comedia más física y juguetona y, por supuesto, el western -a través no sólo de la trama, sino también del paisaje y la iconicidad-, con una perspectiva oriental de ciertos códigos occidentales. En un punto, lo que hace Jee-woon es similar a lo realizado por John Woo en los noventa en Hollywood: aportar su propio punto de vista, su filtro particular desde Oriente a los cánones preestablecidos de Hollywood.
Schwarzenegger, al trotecito, reservando sus energías para el sprint de la última media hora de El último desafío, se va ubicando así en la misma posición que otras estrellas del género de los ochenta y noventa, como Stallone, Willis y Van-Damme, que piensan el cine que conciben, tanto a nivel estético, como cronológica y humanamente. Todos ellos están viejos y no lo esquivan: se hacen cargo de su vejez, de que ya no pueden pelear con las mismas energías de antes, pero que a la vez poseen la sabiduría de los pioneros y que esa sabiduría implica no sólo situarse en la contemporaneidad de forma melancólica, sino principalmente festiva, recuperando esa sana irreflexividad de los comienzos.
Al fin y al cabo, el cine de acción, con sus vehículos volando en mil pedazos, tiroteos, persecuciones a gran velocidad y combates cuerpo a cuerpo siempre tuvo un componente lúdico y puramente imaginativo, muy cercano al delirio infantil y alejado de la verosimilitud estructural adulta. El último desafío busca recuperar eso, al igual que la saga de Los indestructibles. Una pena que la película haya sido un fracaso en los Estados Unidos. Quizás eso hable de que buena parte de los espectadores posmodernos sólo desea ver cosas “serias” y “trascendentes”, sin darse cuenta que entregarse a la fantasía destructiva es tan divertido como sano y/o liberador.