Mario es padre de dos hijas adolescentes. Su mujer se fue de la casa familiar para tomar distancia y reflexionar. Crisis de pareja que le dicen…
Mario, trabajador estatal, oficinista, se inscribe en un taller de teatro, para distraerse de su aflicción. Aún ama a su mujer, él no tiene conflictos con eso, ni dudas, no entiende qué pasó, qué sucedió con su vida ordenada de padre de familia, de esposo, de hombre sencillo, con necesidades sencillas, sin vuelo tal vez, pero con la seguridad de un trabajo, una casa, una familia.
El alejamiento de su mujer (¿la huída?) le duele y lo desubica, los conflictos con Niki y Frida, sus hijas, lo confunden y no puede, no sabe cómo resolverlos. Niki tiene 17 años, sabe lo que quiere y cómo lo quiere (sabiduría que Mario agradece y se apoya) y Frida, de 14 años, está en las antípodas de su hermana. Su tiempo es el despertar sexual (cuya elección confunde aún más a su padre) y el de la rebeldía a flor de piel.
El film explora las relaciones anclado en ese tiempo, el del duelo de una pareja que se disuelve y muta a otra experiencia. Tiempo doloroso, de incertidumbres de toda especie, de pérdidas y también de descubrimientos. Tiempo de barajar y dar de nuevo, perdonar y perdonarse, llorar porque es necesario y de permitirse otra oportunidad, porque la vida, como un río, fluye…
Mario encuentra a través de sus compañeros del taller de teatro la catarsis necesaria que lo ayude a reconstruirse, como individuo, como padre, como la persona sensible que es.
El film de Claire Burger es intimista y está realizado con recursos clásicos. Las actuaciones son uno de los puntos altos de la película, destacándose la de las niñas interpretadas por Sarah Henochsberg y Justine Lacroix.