Separación: ella se va, él -Mario- se queda con las dos hijas, una de 17 y otra de 14 años. Él se queda aturdido, sin respuestas, incluso casi sin saber formular las preguntas. Una película hecha con claridad desde la propuesta temática, con cohesión en términos de conflicto (un duelo a resolver) y en el dibujo de los personajes -de coherencia no férrea, en proceso de aprendizaje de su nueva vida-, con encuadres y formas de iluminar que recuerdan al cine de Eric Rohmer de los años 80, aunque aquí en parajes de menor belleza y con diálogos con menos juego y con dolor más directo.
Estamos en Forbach, en el noreste de Francia, el lugar desde el que habla el cine de la directora Claire Burger, que con sus cortos y con un largo ya se había dedicado a pintar su aldea, o al menos a proponer una mirada sobre ella. En El verdadero amor singulariza aún más esa mirada al abordar una historia autobiográfica. Esta película nos recuerda algunas características que suelen escasear en el cine que obtura casi todas las pantallas: todavía existen modos locales y no solamente globales, no todo el paisaje se filma desde el aire para situar miradas prepotentes, pueden tratarse problemas de seres humanos sin recetas de autoayuda, se puede emocionar sin necesidad de tirar música a baldazos, se puede evitar la pirotecnia sin caer en la anemia ni en la anomia estética. El verdadero amor nos hace pensar en un cine verdadero, honesto, probablemente pasado de moda.