"Para poder hacerlo, primero hay que imaginarlo"
Esta semana llega a las salas de cine argentinas la película Ellas hablan, que posee dos nominaciones a los premios Oscars, cuya entrega es el próximo domingo 12 de marzo.
Por Denise Pieniazek
“Toda mujer que quiera proyectarse en la acción
debe matar al dragón de la inseguridad que lleva en sí misma.”
María Luisa Bemberg
Ellas hablan (Women Talking, 2022) es una transposición de la novela homónima de Miriam Toews, escrita y dirigida por Sarah Polley. Mientras la novela se inspiró en eventos reales sucedidos en una colonia Manitoba, una comunidad Menonita aislada en Bolivia, el filme transcurre en un paisaje rural -sin rasgos distintivos- donde un grupo de mujeres de una comunidad religiosa aislada, cansadas de la opresión patriarcal, intentan reconciliar su deseo de libertad con sus creencias religiosas. Si bien se supone que la historia se sitúa en el 2010 según explica la síntesis argumental, lo cierto es que desde su tratamiento resulta acertadamente atemporal. Esto torna a la obra más interesante, porque le da cierto clasicismo al relato. Es decir, Ellas hablan podría interpelar lo que les sucedió a muchas mujeres ya sea hace siglos, en el 1900, en la actualidad o en el futuro, y seguramente continúe haciendo sentido.
El consejo de diversas mujeres conversa incansablemente para votar si irse, quedarse y pelear o no hacer nada, y la decisión no es para nada simple. A medida que avanza el relato se va entregando al espectador misteriosamente más información sobre qué es lo que sucede en esa comunidad patriarcal y desigual. El dominio varonil es justificado desde la tesis religiosa, en donde cualquier expresión mujeril de disconformidad o hasta la pérdida de embarazos (resultado de las violaciones sistemáticas) es calificada como una respuesta de lo “femenino salvaje”. Asimismo, las violaciones brutales que estas mujeres y jovencitas padecen son ignoradas y atribuidas -injustamente y convenientemente- a un “acto del demonio”.
En esta reunión están presentes mujeres de distintas edades, unidas por el hartazgo de la violencia de género de las cuales son víctimas sistemáticamente hace años. Algo curioso del relato, es que las niñas son las que pronuncian los parlamentos más sensatos, mientras que algunas adultas -quizás por miedo y culpa (religiosa)- les cuesta ver la posibilidad del cambio, como por ejemplo a Mariche (Jessie Buckley) quien se muestra reticente, aunque es, sin embargo, una de las más sufridas al igual que “Scarface” Janz (Frances McDormand). Por otro lado, Salomé (Claire Foy), contrario al significado pacífico de su nombre, es la más belicosa. Mientras que en una actitud más reflexiva se encuentran Ona (Rooney Mara), Agatha (Judith Ivey) y Greta (Sheila McCarthy). También con menor presencia escénica, se encuentra Melvin, un joven transgénero, que cuando era una niña fue violada y desde entonces ya no habla excepto con los niños a quienes cuida.
Es complejo que esta descripción pueda transmitir lo acertada y atrayente que resultan las discusiones y los disímiles puntos de vista que expresan las distintas mujeres, que tienen como resultado un intercambio enriquecedor que da cuenta de la perspectiva de género que posee la enunciación. Prácticamente todo el largometraje transcurre en un mismo espacio y se centra en un grupo reducido de personajes, que lo acercan a una puesta en escena muy teatral y que a pesar de su inacción resulta atrapante. En adición, los hombres están mayormente fuera de campo, a excepción, de August (Ben Whishaw), un joven maestro de escuela, cuya familia ha sido excomulgada y que por ende posee la confianza de las mujeres, debido a la militancia de su difunta madre. Su tarea es documentar todo lo conversado en la reunión, puesto que a ninguna de las mujeres se les enseña a leer o escribir.
Al respecto, de forma sutil y brillante la película esboza una reflexión sobre la importancia del lenguaje y sobre aquello que no se habla, el silencio de lo que todas saben, pero nunca se explicita: las violaciones. No hay lenguaje para semejante aberración. Pero ellas son conscientes de la importancia de documentar lo sucedido, no sólo a través de la historia oral, sino también a través de la escritura y de los dibujos que funcionan como “jeroglíficos”. Porque el lenguaje está ligado a poder imaginar un mundo distinto, como expresa Ona “es fácil olvidar que es posible”. En adición, el lenguaje está ligado a la capacidad de pensar, como expresa Ona “poder pensar quiénes somos (…) A nadie nunca le importó qué pensamos”.
En consecuencia, una de las cuestiones más inquietantes de la narración es que cuando comienza el relato una voz over de una joven dice: “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina (…) Esta historia termina antes de que nacieras” y en el desenlace “…Tu historia será distinta a la nuestra”. Lo que resulta muy realista porque un cambio de paradigma, lleva mucho tiempo. Tal como se expresó al inicio del texto, lo poderoso de Ellas hablan es cómo abre sentido a través de este microcosmos que puede trasladarse a diversos tipos de sociedades y que resulta actual. En conclusión, merecidamente la película se encuentra nominada a dos premios de la Academia, conocidos popularmente como Oscars, en las ternas Mejor película y Mejor guión adaptado.