Uno, dos, ULTRAVIOLENTO! Contestatarios y rebeldes, íconos del hastío que la opresión militar provocó en gran parte de la juventud setentista, Los violadores cimentaron las bases del movimiento punk-rock nacional. Más emocional que analítico, con menos cerebro que corazón, Ellos son, Los Violadores, es un homenaje al desparpajo y anarquía artística de Pil y compañía. Desde sus comienzos en sótanos y antros cuando las manifestaciones reaccionarias estaban amordazadas por el aparato estatal, hasta la celebración de los 30 años del punk en el mítico estadio Obras, el director argentino Juan Riggirozzi reconstruye la historia de la banda y de sus músicos. En Ellos son, Los Violadores impera la autoconciencia de un movimiento signado por el espíritu libertario de sus practicantes. Las artificiosas desprolijidades formales (errores de ortografía en los epígrafes, malos encuadres y montajes) son parte de esa búsqueda constante por trascender las reglas preestablecidas del “sistema”, en este caso las de la los documentales tradicionales. De esta forma, el espectador ajeno al punk y a sus ideas permanece por momentos fuera de las acciones que ocurren en pantalla, sensación que se potencia con los testimonios de músicos (Gustavo Cerati, Wallas de Massacre, los integrantes de Cadena Perpetua, entre otros), periodistas (Eduardo de la Puente, Norberto “el ruso” Verea) y seguidores. La mayoría brindan loas hacia la banda y sus integrantes, dioses terrenales para los inconformistas sociales incapaces de poner en perspectiva al punk en general, y a la banda en particular. Esta sensación de falta de pertenencia se esfuma cuando Riggirozzi centra el relato en uno de los creadores de la banda y actual líder. Pil Trafa irrumpió en los escenarios con su elasticidad corpórea y movimientos físicos inagotables dignos del mejor Mick Jagger. Recuerda con orgullo sus enfrentamientos con la policía, su insaciable voracidad musical y su hambre de corromper la medianía social. Las imágenes de archivo que lo muestran sobre el escenario muestran a un adolescente desatado, iracundo, verborrágico y desfachatado. Hoy, a casi 30 años, se lo nota cansado, quizás finalmente corrompido por la medianía cotidiana. El recital de Volver Rock es paradigmático: Pil luce aplacado, es un ser apagado, lejos del cultor del destroce y el descontrol que supo ser. Aunque por momentos sectario y sesgado en sus tesis pro-punk, Ellos son, Los Violadores radiografía las diferencias artísticas que devienen en heridas aún sin cicatrizar, vislumbra un grupo de hombres que rozan el medio siglo de vida que pugnan por mantener el espíritu libertario de su adolescencia a través de su música.
Con mis drugos al ataque vamos a ir... Había una vez una Argentina en la que las bandas de rock obedecían a una determinada estructura paradigmática: salvo contadas excepciones, siempre nos encontrábamos con un virtuoso, un gran letrista, un buen cantante y un “don nadie” especializado en cultivar el perfil bajo. Los roles a veces se superponían en una misma persona pero resulta innegable que estas características dominaron la escena desde el surgimiento del movimiento a fines de los ’60 hasta la pauperización estilística de principios de los ’90. Con el menemato y la miseria social extendida el nivel de calidad cayó en picada arrastrando a todos tras de sí. Si pensamos en Los Violadores, la agrupación pionera del punk criollo, los señores no escapan a esta regla general. Aunque en sus orígenes a comienzos de los ’80 patearon el tablero atacando de lleno a los músicos multiinstrumentistas de entonces, ellos también reprodujeron aquel clásico esquema del “rock nacional” (era inevitable, estaba inscripto en su identidad cultural). Cumplidos treinta años del puntapié inicial de una vertiente que a posteriori nunca pudo superar el impulso innovador del primer momento, hoy llega dentro de la andanada revisionista contemporánea el documental Ellos son, Los Violadores (2009). El trabajo abarca toda la carrera del grupo centrándose principalmente en el despegue en plena dictadura, el proceso subsiguiente de consolidación, las internas que derivan en la separación de la alineación histórica y la reciente vuelta al ruedo con integrantes alternativos. A pesar de algunos problemas técnicos durante las entrevistas y una edición un tanto desprolija, el film sin embargo mantiene el interés ofreciendo los testimonios de Pil Trafa, El Polaco, Sergio Gramática y Hari- B, más aportes de los actuales El Niño, Sergio Vall y El Tucán (Stuka no fue de la partida). Los registros en vivo demuestran ser escasos. De hecho, mientras que del preámbulo under sólo queda un puñado de videos inescuchables en Súper 8 y VHS, en contraste el DVD domina los ensayos y las presentaciones de la última formación. Distintos periodistas, managers y colegas contextualizan los acontecimientos narrados en primera persona y cumplen el rol de un locutor en off tácito, uno bastante monocorde por cierto. Quizás con menos participación de bandas mediocres, un mayor número de temas y un análisis más inteligente, la propuesta podría haber llegado mucho más lejos. Los días de gloria pasaron pero aún así el presente conserva la dignidad...
Es cierto que Los violadores nunca fueron del todo una gran banda de rock: un astuto rudimentarismo musical, sumado al gozosamente asumido y novedoso mote de primer grupo de punk criollo, en el que lo particular podía así adquirir un aire de universalidad y de autoridad cosmopolita, sumado a un trabajo en el que se ponía el pecho sin saber en realidad con qué resultados, le sirvieron a Piltrafa y compañía para forjarse una modesta aunque persistente leyenda, moldeada por lo menos a la altura de sus requerimientos. Es que en verdad había que estar ahí como ellos lo hacían, a principios de la década del ochenta, cantando (gritando) como desaforados esa palabra “represión”, que hoy parece volver a destiempo y más bien irresponsablemente. Fiesta negra, carnaval de sótano, conjuración de los demonios del miedo, los empeñosos recitales de Los violadores (por lo menos una vez, en algún afiche, anunciados como Los voladores) podían terminar, y no era nada raro, en una razzia, con palos bien repartidos y visitas forzadas a la seccional más cercana. Me lo contaron, además podía leerlo en las páginas de El expreso imaginario. Poco tiempo más tarde, para cuando salió su primer disco, el grupo estaba precedido por su propio mito, de escasa pero particular circulación. ¿Quién puede olvidarse de la emoción naive que esas letras incentivaban (leídas en el minúsculo booklet que acompañaba la edición en cassette), en las que un sentimiento de inocencia salvaje, adámica, parecía operar como un fantasma directamente venido del inconsciente? Yo no, en todo caso. Prolijamente, el documental de Riggirozzi parece dedicarse menos a informar a una generación posterior acerca de la existencia de Los violadores que a producir un objeto que oficie como souvenir para los ya iniciados. Es decir, hace las dos cosas en verdad, pero termina funcionando más como una autocelebración, una especie de fiesta privada para muchachones de cuarenta para arriba. Quienes ofrecen testimonio en la película son periodistas del palo, la mayoría de los músicos de la propia banda, músicos afines como los de Cadena Perpetua y otros no, como Gustavo Ceratti, que viene de todos modos a legitimar históricamente al grupo. ¿Los violadores se han transformado en cool? No digamos tanto. El tiempo pone todo en perspectiva, sin embargo, y las simpáticas destrezas de la película se encargan de alguna manera de corroborar al fin el ingreso de la banda en los manuales de la historia del rock argentino (¿O debería decir “rock nacional”, ese sintagma que odio y que con tanta fruición se usaba en mi adolescencia sin advertir su torpeza?). Con una estética que parece remedar amablemente el punk en sus inicios, la película recuerda como en un gesto de puro amor: no hay reconvenciones aquí, ni cuestionamientos, ni nada que se le parezca. Ellos son, Los violadores parece decir que el grupo fundador del punk en la Argentina se merecía un homenaje que reconociera precisamente esa afiliación secretamente anhelada de la banda a la familia argenta del rock. Después, qué importa del después. Esa siempre ha sido la declamada cifra clave en la ideología punk. Pero Los violadores siempre están volviendo. Y ahora tienen película, además.