La primera película postapocalíptica de temática zombie hecha en Dinamarca tiene un sello de autor muy interesante, un ambiente acotado y asfixiante, pero en términos globales no aporta casi nada al subgénero, excepto lucir excepcional y ya.
Luego de una tirada de cortos, el realizador y guionista Bo Mikkelsen se lanza a dirigir un largometraje y Sorgenfri resulta una estimulante carta de presentación al mundo, pero que por el lado narrativo deja bastante que desear. La epidemia mortal que diezma a una ciudad o, en este caso, a un barrio residencial se ha visto hasta el hartazgo en compañeras de género, y con más relevancia en el canon de los muertos vivos. Una familia idílica con un hijo adolescente rebelde, una madre amorosa pero firme, un padre cool y una hija pequeña adorable, son estereotipos gastados a los que su elenco sabe darle un ápice de tridimensionalidad para hacerlos funcionar. Sorgenfri se toma su buen tiempo en establecer lugar y forma de la epidemia, con elementos perturbadores aquí y allá, pero nunca abandonando la frescura y luminosidad de un barrio demasiado perfecto, de esos que siempre se ven en toda película del estilo.
El hijo adolescente, Gustav, es el motor de casi todas las acciones que van revelando los velos que esconde la trama, con su curiosidad juvenil que lo lleva a descubrir lo horrible que se puede convertir una situación que se descontrola a medida que pasan las horas. El ritmo narrativo de Mikkelsen es pausado, va generando una escalada de escenas violentas sin mucho sentido -en la vida real, no hay científicos que den explicaciones de las epidemias- y el costado humano del argumento es lo que más se destaca del film. Una familia y sus amigos cercanos se ven acorralados en una lucha por sobrevivir. ¿Se escucha las indicaciones del gobierno, que se ha puesto en modo hostil en apenas horas, o se busca una vía de escape para salvar a los propios? Es un gran interrogante que plantea el danés, pero que en su acto final desbarranca volviéndose bastante trillado, recurriendo a las estupideces de unos personajes que hasta el momento eran razonables, y culminando con un evento que no se ve pero se escucha y significa la frutilla del postre del Libro de los Clichés. Una manera muy pobre de terminar un proyecto que construyó una ambientación cordial, por la que uno podía sentir empatía.
En base a un presupuesto a todas luces reducido, Mikkelsen hizo lo mejor que pudo y si se habla en términos de estilo, Sorgenfri se deja ver. Las locaciones son preciosas y la corrupción del barrio se va sintiendo minuto a minuto a medida que la situación se desboca. Su elenco vende muy bien al núcleo familiar que protagoniza la historia, sobre todos los padres encarnados por Troels Lyby y Mille Dinesen quienes luchan abnegados por hacer que su familia sobreviva, aunque gran parte de la película tiene como foco al Gustav de Benjamin Engell, que resulta convincente pero para nada expresivo frente a los hechos que ocurren frente a sus narices.
Más allá de algunas decisiones narrativas de dudoso gusto -¿en serio alguien tendría sexo en vista de la situación? ¿Podemos terminar con la escena pre-créditos que prácticamente vaticina los últimos minutos del film?-, Sorgenfri empieza su ascenso con buenos momentos, personajes y situaciones, pero termina tropezando al no tener un sentido final, ni aportar nada nuevo o diferente al género. Es una buena película, pero no sorprende para nada.