Finalmente estamos frente a la exponencial contundencia de la ambigüedad existente entre una buena idea y su forma de ejecutarla. “Emoji: la película” es precisamente eso. Una gran contradicción.
La tarea más fácil estaba hecha, porque los emoticones son esos dibujos que se utilizaban al principio en las computadoras personales y hoy en prácticamente todas las aplicaciones y programas relacionados con las redes sociales.
Si usted toma su celular y escribe a un amigo “estoy yendo para allá”, es probable que reciba una mano con el pulgar hacia arriba como toda respuesta. Si alguien le cuenta un chiste por Whatsap y usted se ríe mucho, probablemente conteste con un logo redondo de gran sonrisa y lágrimas saliendo de los ojos. Si su equipo perdió 4 a 0 y tiene un amigo fanático del mismo, es posible que en su conversación o chat reciba una cara roja y de ceño fruncido. En definitiva, si los celulares y las redes sociales han reemplazado el contacto cara a cara entre las personas, estos dibujos han reemplazado las palabras para expresar lo que sentimos.
Al estar los emoticones tan culturalmente aceptados y arraigados en el mundo actual, los guionistas Tony Leondis, Eric Siegel y Mike White tenían un desafío serio, porque antes de sentarse a escribir la primera palabra sabían que todo el mundo conoce que las características principales de cada uno de los personajes son sus estados de ánimo ya preestablecidos de fábrica. O sea, el enojado, el alegre, el triste, el escéptico, y así por el estilo. Algo parecido sucedía con Los Pitufos, pero hubo varias temporadas de la serie para escribir y delinear el contenido de todos en la aldea.
Parece una ventaja si se la sabe aprovechar, pero este no es el caso. El exceso de confianza en que el estado de ánimo alcanza para desarrollar un personaje lleva indefectiblemente a lo obvio y predecible.
¿De qué se trata “Emoji: La película? De uno de estos estados anímicos que pretende ofrecer algo más que un gesto. Diversificarse dentro de un programa para celulares que lo tiene encasillado y por carácter transitivo rebelarse contra el sistema. Sentirse útil. Los tres libretistas caen en un facilismo tan inconveniente que ni siquiera los gags apuntados a generaciones anteriores funcionan. La trama no solamente carece de sentido, sino de verosímil porque a esta altura, también la mayoría sabe cómo funciona el software de un celular, y cuánto de lo que se plantea es posible. Para peor, algunos cheques debajo de la mesa habrán influenciado en la aparición de otras aplicaciones populares como instagram, twitter y Facebook, pero ninguna de estas es aprovechada tampoco. Es más, el personaje antagónico está tan agarrado de los pelos que dan ganas de levantarse. Sólo estos guionistas logran que los antivirus sean soldados despiadados cuando en realidad se construyeron justamente para proteger los sistemas operativos de anomalías. Si eso no es contradictorio...
Muerto el guión, se podría haber aprovechado el diseño, la estética y los efectos visuales. No hay demasiado en este campo. La empatía por la familiaridad que la mayoría del público tiene por este universo no necesariamente significa que funcione para una película. Y no, no funciona. Ni dentro del celular ni afuera. Todo muy convencional y casi sin inventiva. La música que acompaña parece haber sido seleccionada al azar, y el doblaje, que muchas veces salva la impronta dibujada, tampoco es gran cosa. Un producto tan olvidable como la moda que ostenta tener.
Está precedida por un corto de “Hotel Transilvania”, que es más entretenido. Debería haber estado al final.