Tienen un guion imaginativo, sin un hilo conductor.
Este curioso filme animado llamado Emoji es un buen ejemplo de guion imaginativo sin hilo conductor: la gracia de mostrar el mundo de los emojis impacta con alegría pero se agota de inmediato, como una naranja turgente con su pulpa seca.
La idea es efectiva, graciosa, sociológicamente atinada, salvo que en absoluto alcanza para estructurar un relato de 80 minutos. Los arrebatos de ingenio quedan dislocados de la historia, son ocurrencias que nos sacan una sonrisa usando al filme como excusa.
La creatividad está en la periferia, en detalles sigilosos o en escenas que poco tienen que ver con la cadena dramática, como el paso por Candy Crush o Just Dance. Cuando se hace un zoom out para contemplar el conjunto, Emoji: la película se revela como una ejecución fallida, ni clásica ni esquizofrénica, como si la misma película se quedase a medio camino entre el lenguaje escrito y el pictográfico. Hay algo posmodernamente irresistible en el argumento: Gene es un emoji “meh”, ése que no expresa nada, pero al rodearse de otros emojis, se hiperexcita y gesticula en demasía.
Su incontinencia facial lo hace un emoji defectuoso y por ello será desterrado de la app de texto. Esta sinopsis tiene el nivel de delirio suficiente para convencer a cualquier productor ejecutivo cansado de financiar proyectos mediocres.
Ahora bien, el problema es que el guionista y director, Tony Leondis, intenta darle rigor lógico a su ímpetu cool. La imaginación desaforada choca con un orden narrativo convencional y el encanto absurdo se ve licuado por la necesidad de que todos los componentes del guion encajen. El recorrido del emoji Gene pierde en disparate para ganar en heroicidad, y el desarrollo de los personajes secundarios opaca la magia inaugural con la que habían sido presentados (un spam, un troll, un virus, todos antropomorfizados con exquisita obviedad).
Sin embargo, en una película de corte surreal, el psicologismo es un intruso; Tony Leondis no debía justificar nada, sólo entregarse a la parodia.
Las comparaciones con Intensa-Mente son inevitables por las historias en segundo grado: la cabeza de una niña en la obra de Pixar, el celular de un adolescente aquí. Pero si en Intensa-Mente el destino de la chica tenía un correlato con el destino de las emociones que habitaban en su cabeza, en Emoji el “mundo real” es un injerto para sumar capas narrativas y darle complejidad (o longitud). Si hubiese sido un cortometraje, esta rareza posmoderna se convertía en el video más visto de YouTube.