APLICACIONES Y EXPLICACIONES
Tras los aciertos evidentes de Angry Birds: la película, los prejuicios podían quedar a un lado de cara a Emoji: la película, básicamente la misma idea (explorar un fenómeno posmoderno y construir un universo allí donde sólo hay un concepto) pensada por la misma compañía (Columbia) y con un desarrollo y diseño similares: al poco imaginativo “the movie” que acompaña al título, se suman pósters casi calcados y un germen igual para desandar lo narrativo. Otra vez la idea del diferente, el que se sale de la norma que gobierna la lógica del mundo que habita, y cómo su influencia terminará generando cambios en el entorno. Todo, claro está, sobre la base del film de aventuras con pinceladas de humor constantes. Básicamente, el molde de la animación mainstream de Pixar a la fecha. Como decíamos, nada hay de malo en estas fórmulas probadas si las mismas son ejecutadas con inteligencia. Además, las formas de la animación permiten que el espíritu lunático aporte su toque de imprevisibilidad.
Ahora bien, que los autores hagan uso de una serie de lugares comunes para transitar un terreno conocido en el marco de un cine industrial que no se permite el ensayo y error es comprensible, pero que encima esto carezca de cualquier tipo de gracia ya es un problema mayor que la película no puede disimular. Porque Emoji: la película es una de las producciones animadas más desangeladas vistas en mucho tiempo: a personajes sin gracia se suman situaciones rutinarias y amontonadas sin la mayor organicidad narrativa y un diseño visual bastante feo. El director Tony Leondis tiene como antecedente la interesante Igor, que si bien perdía mucho en su humor apagado y poco efectivo, tenía una sensibilidad y un desarrollo de personajes que aquí brilla por su ausencia. Es como si Leondis no se sintiera cómodo trabajando en el mainstream animado y teniendo que competir con propuestas similares.
Sin embargo, en Emoji: la película hay más que falta de gracia y aburguesamiento narrativo, porque además de ideas de producción similares la película hace uso de una serie de recursos argumentales que son refritos de otras películas recientes. Por ejemplo, el universo de emojis intenta parecerse al universo lisérgico de legos, incluso el film también avanza sobre el mundo laboral del protagonista y cómo se convierte en una suerte de falla en el sistema. Pero fundamentalmente a la que más se parece Emoji: la película es a Intensa-Mente, aunque -claro- sin la pretensión formal y reflexiva de la película de Pixar, lo cual no es un desmérito: si aquel film que se metía en las emociones de una niña construía una universo tan complejo que precisaba ser explicado a cada instante (lo que le pasaba a El origen de Nolan, por ejemplo), la película se volvía explícita en sus metáforas, perdiendo todo tipo de fluidez. Era -a pesar del consenso que hubo a su alrededor- una película que se pasaba de sofisticada y terminaba siendo demasiado obvia.
Con Emoji: la película pasa lo mismo. Ese tránsito de los personajes entre las aplicaciones del Smartphone genera que se construya sobre un dispositivo que merece ser clarificado a cada segundo, como para que el espectador comprenda algo de lo que está pasando: “ahora ingresamos en Spotify, entonces pasa esto”. El recurso se repite varias veces y el film se vuelve rutinario y repetitivo, además de excesivamente fragmentado (con segmentos injustificados como ese del Candy Crush sólo a los fines del chivo grosero) como para que la aventura de esos personajes nos importe un poco. Es entonces la falta de confianza en la imagen (curioso para una película animada, donde la imagen se puede crear desde cero) la que impide que la película se explique por otros medios y resulte mínimamente atractiva.