Ola de calor, de humedad y de cortes luz en una Buenos Aires infernal. Axel Brigante (Nicolás Francella), de 27 años, se despide de su novia Martina (Paula Reca) y llega no sin esfuerzo a su rutinario trabajo en el call center de una compañía de telefonía e Internet. Pero pronto descubriremos que el protagonista no es solo un eficaz operador de atención al cliente sino que mantiene un affaire con Ximena Solis (Emilia Attias), su voluptuosa e insistente jefa en la compañía.
Pero justo cuando la ejecutiva lo empieza a bombardear a mensajes para que suba a su oficina y así mantener otro fogoso encuentro sexual (toda esta subtrama erótica está rodada con una estilización publicitaria algo demodé), Axel recibe una llamada en principio pesada (le exigen de mala manera la baja de un servicio que él no puede otorgar sin antes cumplir unos cuantos pasos para intentar disuadirlo), luego inquietante y finalmente amenazante por parte de un cliente que se hace llamar Figueroa Mont (la voz de Gabriel Goity), quien asegura estar apuntándole a través de una mira telescópica adosada a un rifle de alta precisión y listo para volarle la cabeza a él y a sus compañeros. Para colmo de males, tiene todo el tiempo sobre la nuca a Gustavo Días (Maxi de la Cruz), un supervisor presumido, arrogante y abusivo.
Si la premisa puede sonar un poco básica es porque En la mira, ya desde su título bastante genérico, está construido en función de fórmulas y recursos ya bastante transitados (hay, por ejemplo, algo de la reciente Culpable, remake de Antoine Fuqua con Jake Gyllenhaal, y otro tanto del espíritu de Relatos salvajes, de Damián Szifron). Si lo suyo entonces no es la capacidad de innovación y sorpresa, hay que reconocerle a los guionistas Adrian Garelik y Ricardo Hornos (este último también codirector con Carlos Gil) que las melodías conocidas al menos no suenan del todo desafinadas.
La puesta en escena tampoco tiene demasiados alardes ni virtuosismo, pero también es funcional. Estamos ante un thriller trabajado con buen ritmo y aceptable dosis de tensión que Francella Jr. -que está en casi todos los planos de los concisos 85 minutos- sostiene con prestancia y convicción, sin excesos ni gestualidad impostada.
Rodada en apenas 26 jornadas (el 90% se filmó en Uruguay) a partir de una premisa medianamente eficaz pero al mismo tiempo algo obvia y previsible, se trata de una producción resuelta en muy pocas locaciones (ideal para tiempos de pandemia) que parece más propicia para un consumo hogareño sin grandes exigencias que para una incursión en el cine.