Una tarde caliente
En la mira comienza describiendo un día en la Ciudad de Buenos Aires en el que, para variar, está todo mal. A los problemas endémicos, se suma un verano tórrido que trae aparejados un porcentaje de humedad que pegotea la piel, cortes de luz y caos de tránsito. Pero para Axel, que despierta como si viviera enfrascado en un mundo propio, el panorama pinta distinto. Con una novia a la que no quiere demasiado, el mensaje de una amante, acompañado con una foto alusiva y la promesa de una horita de lujuria en el almuerzo, asoma como el combustible para poner primera rumbo al call center céntrico donde trabaja. Es una jornada laboral muy parecida a otras tantas, con una sucesión de llamados de clientes enojados por el servicio de cable que brinda la empresa, hasta que deja de serlo.
El tal Figueroa Mont que habla del otro lado del teléfono pide que por favor le den de baja el servicio a un amigo, algo difícil ya que el puesto de Axel (Nicolás Francella) en el organigrama no le permite acceder a la base de datos. Ante la negativa, Figueroa Mont cruza la línea de la discusión oral asegurando que tiene al pobre muchacho en la mira de un rifle de francotirador. Obviamente, no le cree. Pero cuando le describa con lujo de detalles lo que está ocurriendo en ese mismo momento a su alrededor, Axel pasa de langa carilindo y canchero a pollito mojado amenazado por la posibilidad concreta de morir de un balazo en la cabeza.
Así se plantean las cosas en esta nueva producción nacional de HBO Max con paso por la cartelera comercial previo a su arribo a la plataforma, cuyo envoltorio de thriller concentrado en tiempo (todo transcurre en unas pocas horas) y espacio (el epicentro narrativo es la oficina vidriada) recubre un relato no exento de autoconciencia. Se trata de un elemento clave cuando lo que se tiene entre manos es materia prima conocida, pues la idea narrativa de un personaje siendo observado sin saberlo por alguien dispuesto a matarlo podrá ser cualquier cosa, menos novedosa.
Los realizadores Ricardo Hornos y Carlos Gil, provenientes del ámbito teatral y el publicitario, respectivamente, plantean un entramado dramático en el que la tensión va creciendo a la par que lo hace un humor cercano al de las comedias de enredos. La tensión, claro está, proviene de la desesperación de un Axel (Nicolás Francella) obligado a no decir nada acerca de lo que está ocurriendo y, por lo tanto, a mentir cuando el asunto escale. Los enredos se vinculan con las consecuencias de ese silencio forzado y, sobre todo, de las situaciones generadas por los personajes secundarios, como el jefe que odia a Axel y no hace absolutamente nada para ocultarlo, la amante furiosa por el desplante o esa compañera con alma de gremialista combativa que alinea a la oficina entera en defensa de su compañero. Un muchacho que vive así una auténtica tarde de furia.