En la mira

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

BALAS QUE PASAN LEJOS

Recuerdo que, en su crítica de Betibú señalaba, acertadamente, cómo en esa película todo se enunciaba de forma explícita y remarcada, cómo el subrayado era la norma que conducía la trama hasta quitarle potencia al discurso que pretendía transmitir, que encima estaba repleto de lugares comunes. Viendo En la mira, no pude evitar una sensación similar, por más que sus ambiciones son bastante más acotadas que las del film de Miguel Kohan. Ambos films forman parte de una vertiente del cine argentino que, por más que exhiba cierto profesionalismo en la puesta en escena, también se aferra a una discursividad gritona propia del peor cine nacional de los ochenta y noventa.

La película de Ricardo Hornos y Carlos Gil transcurre en uno de esos días que podría ser de absoluta furia para cualquiera: calor y humedad extremos, cortes de luz, piquetes y un largo etcétera. Pero no lo es para Axel (Nicolás Francella), un tipo que es capaz de manejar un trabajo habitualmente estresante como es atender las quejas en un call center con total solvencia, casi sin despeinarse, mientras lidia despreocupadamente no solo con su pareja, sino también con una amante que es directora en la empresa donde trabaja. Hasta que debe atender la última llamada del día y esa tranquilidad se va al demonio, porque el cliente, que se identifica como Figueroa Mont (Gabriel Goity), quiere dar de baja su servicio y no está dispuesto a aceptar las tácticas que Axel tiene aprendidas para disuadirlo. Es más, le informa que lo está observando a través de un rifle de alta precisión y que, si no le da efectivamente de baja el servicio, está dispuesto a asesinarlo. A partir de ahí, comienza un juego de nervios donde Axel queda expuesto frente a un psicópata que lo conoce mucho más de lo que parece inicialmente.

Si En la mira consigue aprovechar en su primera mitad ese único espacio donde transcurre casi todo el relato para generar un aceptable nivel de tensión, lo cierto es que, a medida que pasan los minutos, las arbitrariedades del guión empiezan a ser demasiado evidentes, hasta poner en riesgo el verosímil de lo que se está contando. A eso hay que agregarle una sumatoria de frases y monólogos -mayormente en boca del personaje de Figueroa Mont-, pero también situaciones, que se pretenden provocadores, aunque en verdad son un compendio de lugares comunes sobre lo malas que son las empresas, lo indefensos que están los clientes, lo opresores que son los ejecutivos y cómo los trabajadores son, siempre, víctimas del sistema obligados a seguir las reglas. Hay, por ejemplo, una secuencia de rebelión de la clase trabajadora frente a la patronal que recurre a un simplismo que haría sonrojar a Jorge Altamira.

Lo endeble del esquema argumental de En la mira pretende ser ocultado por un tono cada vez más gritón y supuestamente rebelde, aunque en el fondo no deje de evidenciar un conservadurismo ramplón. Eso queda más patente en la suma de resoluciones para el conflicto central, plagadas de arbitrariedad y facilismo, a la que se agrega un epílogo donde la remarcación -en particular en la última frase- vuelve a ser la variable dominante. Si encima tenemos en cuenta que al film le cuesta una enormidad conseguir aunque sea un puñado de planos que nos recuerden que estamos en el cine, no deja de ser lógico que ya esté pautado el lanzamiento en una plataforma como HBO Max: al fin y al cabo, estamos ante una película que se puede ver sin problemas a través de la pequeña pantalla de una computadora.