Miradas pero también reflexiones
El documental de Alexis Roitman Ensayo de una nación privilegia la observación antes que la búsqueda. Este parece ser su principio ante el desafío de filmar horas y horas de trabajo para compactarlas en casi ochenta minutos. No es un dato menor, la capacidad de síntesis que evidencia el trabajo de montaje es un logro. La cámara, cuya ambición es inmiscuirse en todos los recovecos posibles, también. Los propósitos éticos están por sobre los estéticos a la hora de dar cuenta del proceso que implicó juntar a 1810 chicos y 50 docentes con el objetivo de participar en los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo. No obstante, los mejores momentos de la película transcurren cuando el director recorta ciertos perfiles (sean alumnos o docentes) y deja que fluyan para transformarse en entes cinematográficos. Por allí andarán algunos revoltosos jugando, durmiéndose o conversando (no demasiado involucrados en el proyecto) como si fueran frescos comediantes; por otro lado, las reuniones entre adultos, que parecen repetir los excesos de optimismo, como de pesimismo, tan caros a los tiempos presentes, pero que no pueden más que concordar al final en un proyecto colectivo loable.
Hay dos decisiones formales que se destacan y hablan del cariño que el realizador manifiesta frente a lo que ve. Uno: jamás pierde de vista quiénes son los protagonistas y capta muy bien raptos de inocencia, rostros ingenuos y diálogos jugosos de los chicos. Dos: utiliza ángulos contrapicados en oportunidades para ensalzar la extenuante tarea docente. Se trata de dos resoluciones justas y necesarias. En consecuencia, el seguimiento de Roitman es honesto y no hay nada que objetar. Incluso, se permite incluir algunas pocas disidencias en torno a temas educativos actuales como el alcance de términos “integración” y “trabajo”, las cuales enriquecen una visión que corre el riego de encarrilarse uniformemente.
Además, hay una historia, un poco trillada pero no por ello carente de afectos y de voluntades. Se puede reconstruir en ella la clásica secuencia de “atravesar una serie de vicisitudes para obtener un logro”. De todos modos, no parece ser la intención aquí erigir héroes o sobredimensionar acciones sino mostrar las dificultades que tamaño proyecto encierra: la desgastante labor cotidiana, las directivas que vienen de esferas ajenas y que ponen en jaque el objetivo, los tiempos que se acortan y encima, las inclemencias climáticas. Por supuesto, que el final debe ser feliz, o al menos, gratificante. Tampoco hay nada que objetar.
Tal vez, sólo sea necesario destacar dos o tres cuestiones para este tipo de documentales, con el fin de pensarlas. Primero: es inevitable la naturaleza institucional que adquiere la película. No parece haber forma de disimular esto cuando los involucrados se sienten condicionados ante la cámara frente a lo que miran y lo que dicen. Son los momentos menos creíbles y poco disfrutables. Segundo: si se hace extensivo el carácter utópico que se desprende de esta labor concreta y momentánea hacia la idea de una nación, corremos el riesgo de neutralizar las profundas diferencias discursivas que hoy (y desde siempre) marcan a la Argentina como país. El lema reiterado “muchas escuelas, un solo coro” (una invitación a “muchas ideas, un solo país”) no tiene por qué verse más allá de una expresión de deseo. Esto último, tal vez, no tenga que ver con la mirada del propio Roitman (quien, en todo caso, emplea la palabra “ensayo”) sino con ciertos comentarios críticos que se detienen sólo en palabras laudatorias ante el objeto de representación, perdiendo de foco que lo que hay es una película. Tercero: es importante e ineludible su valor pedagógico y por ende, merecería más allá de las salas, su primer hogar, otros medios de difusión para hacer justicia a sus nobles fines.