EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LA LOCURA
Hay un aspecto muy destacable en Entre gatos universalmente pardos, documental sobre Salvador Benesdra, y es la forma en que la película va subiendo de temperatura y corrige los propios defectos. A la galería inicial de testimonios que marcan el territorio y le otorgan al registro un tono académico molesto, se van sumando aristas que abren el simple trazo biográfico a zonas fascinantes. De modo tal que el perfil del escritor (periodista, psicólogo y militante trotskista, “el Turco” para los amigos) se va abriendo a un amplio espectro de rostros posibles, paralelo a la enfermedad mental que padeció.
La primera parte hace hincapié en su ambiciosa novela El traductor, forjada en el inicio de la otra década infame, la de los noventa, finalista del concurso Planeta en 1995, obviada por un jurado que no estaba dispuesto a pagar las consecuencias de que semejante obra, inviablemente comercial, fuera galardonada, a pesar de que sabían que era la mejor (allí está Elvio Gandolfo para ratificarlo). Lo curioso es que su carácter de culto se desvirtuó luego cuando se agotó su primera edición una vez ya fallecido Benesdra (se suicidó en 1996 y no llegó a ver este fenómeno). El traductor, un intento por emular a Dickens para trazar una radiografía literaria imposible, propia de una mente esquizofrénica, formaría parte de la discusión de numerosos intelectuales, además de ser la sustancia de una serie de sinuosos caminos entre concursos y ediciones. Lo que todos tenían en claro es que debía publicarse. Y no solo eso. Hubo hasta una adaptación cinematográfica bastante espantosa dirigida por Oliverio Torre, quien no tuvo mejor idea que ponerle al personaje el nombre del autor, motivo por el cual la protesta de sus hermanas impidió que se estrenara en condiciones normales. Parece que fue el fin del director.
Dividido en capítulos, el documental de Finvarb y Borenstein, cuenta también un proceso de desintegración mental y de qué modo un entorno debe lidiar con ello. Curiosamente la declinación comenzó al mismo tiempo que la debacle política del país en democracia y en 1989 Salvador ya evidenciaba sus primeros brotes. Entonces aparecen parejas, amigos, compañeros de redacción y de estudios, cada uno aportando un punto de vista que se añade al tablero de conjeturas sobre dicha caída. Dos de los momentos más intensos no transcurren necesariamente mediante las palabras como pilar de expresión, sino a través de imágenes. En varios tramos aparecen filmaciones caseras de Salvador frente a cámara diciendo cómo se siente y son archivos que, parafraseando a Alejandra Pizarnik, podrían considerarse extracciones de la piedra de la locura. El carácter misterioso y espectral de lo que vemos supera en fuerza a la excesiva inclusión de voces parlantes. Otro momento lo constituye la aparición de su última pareja, Susana (a quienes los intelectuales veían con recelo por “su escasa formación”), quien saca unas fotos tamaño carnet y arma una secuencia en función de los ojos de Salvador, un mecanismo potente y más sugerente para dar cuenta de su enfermedad que todas las disquisiciones académicas, sobre todo las que rozan la pedantería. A fin de cuentas, son los objetos mnemónicos (cartas, fotos, grabaciones, videos) los que facilitan un acercamiento más afectivo y tocan el centro de gravedad de una situación triste como vital.
La esquizofrenia como productividad. Ese parece ser el punto en cuestión de una vida y una escritura compulsivas. Los textos de Benesdra conforman un campo de tensión poco digerible, caótico. Es la lucidez de los locos, de los inadaptados para quienes el presente les queda chico. De ahí el mote que le ponen de “militante díscolo”. Hay una intersección de la que da cuenta el documental, cuando la locura ya no solo hace catarsis en la escritura sino en la vida misma, entonces la tragedia parece la única solución posible.