El delirante salvador
Como esas páginas bien escritas de cualquier novela, la vida errática y frenética de Salvador Benesdra resiste cualquier punto de clausura y deja tantos puntos suspensivos para recorrerla como sucede en este atrapante documental de Ariel Borenstein y Damián Finvarb.
Los rostros de este políglota, periodista, escritor, psicólogo, dueño de una oratoria y preparación cultural asombrosa son tantos como los testimonios que intentan presurosamente contar algo de su delirante y trágica vida. La frustrada odisea para publicar una novela, El traductor, de unas 670 páginas, con mucho material autobiográfico disperso en la ficción, tal vez detonante de sus mayores depresiones que lo llevaron a coquetear con la locura, brotes psicóticos y otro tipo de adversidades, es apenas un aspecto de su controvertida figura.
Su pasado por Página 12, diario que para una generación de jóvenes periodistas y no tan jóvenes significara una manera distinta de ese oficio en épocas difíciles forma parte de un capítulo de lucha laboral y sindical como exponente del avance del capitalismo salvaje de los ’90, que lo terminó acorralando en la pérdida total de fuentes laborales 6 años después.
La riqueza de esta propuesta marca por un lado un rigor en términos de la investigación, con material de archivo y testimonios claves de periodistas, amigos, allegados a Salvador Benesdra. Sus internaciones psiquiátricas en Francia, sus rotundos cambios de mirada en las fotos, dejan presente las huellas de un desequilibrio agudo.
Sin embargo, escuchar desde su propia voz, desde una imagen robada al tiempo o en la interpretación de sus textos a través de charlas con amigos generan una sensación de profunda tristeza. Algo que se acentúa a lo largo de los 94 minutos del documental, desde la intensidad a la soledad; desde la desmesura a la mesura cuando se pierde todo tipo de horizonte.
Reflexionar sobre los gatos pardos como provoca el título separa lo blanco de lo negro, la luz de la oscuridad y con Salvador Benesdra quedará impregnado el misterio a la hora de pensarlo como un simple hombre sensible que sufría y soportaba al mundo en que le tocó vivir.