Una caricatura religiosa
De ninguna manera cometeremos el error de intentar justificar un bodrio sólo porque es francés, mientras si fuera argentino sería destruído sin piedad. Acá no discriminamos a nadie y si el autor de una bazofia se llama Bruno Dumont y es ensalzado por más de uno, le damos igual.
La historia trata básicamente de una chica adolescente que es fanáticamente católica, dice estar enamorada de Cristo y por su extremismo no es aceptada ni siquiera en un convento. Las monjas entonces se la sacan de encima con el pretexto de que afuera va a ser más útil que adentro.
Y allá va Celine, con su creencia y virginidad a cuestas. Vuelve a su casa, a vivir con su padre ministro de gobierno y su madre "señora de". Sale a recorrer las calles y no tarda en hacer nuevos amigos, de origen musulmán, con quienes intercambia pareceres teológicos. A partir de allí, lo previsible.
No hay manera de justificar el relato cansino e impiadoso para con el espectador que debe soportar largos planos de la nada misma, o peor aún, en una escena tolerar más de tres minutos de un plano fijo que muestra a una banda de ¿músicos? desafinados haciendo un mal playback; todo con pretenciones de tesis filosófica-religiosa.
Dumont estira lo obvio y para peor ni siquiera respeta minimamente la ubicación espacio-temporal del relato, sea por falta de rigor en el guión o torpeza en el montaje.
Por otra parte, un personaje cuya vida se muestra en paralelo acaba cumpliendo un rol fundamental para la pretensión metafórica de un director que carece, en este caso, de lo indispensable para narrar una historia por lo menos digna de pagar por ella.