El cine como pantalla espiritual
En Hadewijch (título original que no debió ser cambiado por Entre la fe y la pasión, 2009), Bruno Dumont sigue los lineamientos estéticos de su filmografía, pero como nunca antes consigue plasmar en su película la idea del cine como lazo con lo espiritual, lo sagrado.
¿Qué mayor fanatismo religioso puede imaginarse que aquel que se hace visible en la escena de una joven expulsada de un convento por su propio dogmatismo? Eso le ocurre a Céline, una parisina de apenas veinte años autodenominada Hadewijch. Devota radical de Jesucristo, el afuera la enfrenta de lleno a una modernidad en donde convive desde el conformismo burgués hasta el fanatismo, esta vez no cristiano, sino musulmán.
El encuentro con dos muchachos árabes la llevarán a cuestionar su cosmovisión, a repensar categorías como el amor, la divinidad, el sexo, la conciencia. En ese peregrinaje interno, la película transmuta la inestabilidad de Céline/Hadewijch en la consciencia del espectador como pocas obras consiguen hacerlo. En forma paralela, irrumpe el relato de un ex presidiario que intenta reconciliarse con el mundo, un personaje que resolverá parte de las gravitaciones internas de la muchacha en un plano final contundente.
El realizador sigue fiel a su estética austera, tan asociada al cine de Bresson. Más que de austeridad, convendría hablar de transparencia de la imagen, siguiendo la conceptualización estética de André Bazin. En ese sentido, es muy significativo el recorrido de la muchacha hacia el convento, al cual llega caminando y en un trayecto ascendente. Una unidad de acción sobre la que Dumont se detiene sin alterar el eje, pero tampoco desacreditando lo que le pasa al personaje. La película no ironiza sobre su degradación moral, sino que penetra en ella con la finalidad de comprender qué nociones de vida hay detrás de sus decisiones (aún las más revulsivas). Para ingresar de lleno a su interioridad, el realizador (en una operación estética que tiene mucho de La pasión de Juana de Arco de Dreyer) explora en los primeros planos todo el pathos de la joven no sólo en la secuencia apuntada sino en gran parte del metraje. El rostro de la debutante Julie Sokolowski (una revelación) le ha venido como anillo al dedo, cuesta imaginar una mejor opción.
En Hadewijch , Dumont no traiciona su filmografía, pero sí le otorga una dimensión de lo sagrado antes inédita. Proclamado como un “cineasta del pesimismo”, esa idea no está tan errada si pensamos en el mundanismo de los personajes de La humanidad (La humanité, 1999) y Flandres (2005), incapaz de desalinearse de la abulia y la ira contenida. Aquí, sin ceder a ningún tipo de psicologismo en la construcción del relato, enfatiza aquellos caracteres de los personajes que ponen en entredicho la relación entre voluntad y espíritu, religión y espiritualidad.
Su nueva obra adquiere una perspectiva mucho más vez esperanzada, pero no por ello lineal y unívoca, transformándose así en una obra abierta, luminosa, inevitablemente controvertida.