Apasionadas
Hadewijch: semiengaño. Película sobre una chica que por búsqueda mística entra en un convento, donde repite ostentosamente las poses exteriores de San Franciso de Asís y vaya a saber qué otro santo católico como alimentar pajaritos con mano piadosa en el medio del patio, cosa que en su carácter excesivo, excéntrico y patológico escandaliza a las monjas que deciden echarla. Hija de un ministro, la ahora Céline habita insatisfecha en un palacio altamente artificioso de paredes rojas donde siempre está sola, salvo por un perrito blanco que lleva a todas partes y que una vez acaricia desnuda cuando sale del baño y se lleva de paso a la cama. Pero es lo único que Céline, virgen y casta, se lleva a la cama, porque al chico árabe Yassine que conoce le dirá que su enamoramiento es con Jesús y que no le interesa conocer a un hombre. Paseo en motoneta por París con Yassine, a la Amélie pero sin musiquita, en el quizás único momento joven de toda la película; contrastación pavota por paralelismo entre dos recitales a los que asiste Céline, uno de gente joven y rockera al aire libre y otro de música clásica en la iglesia. Interesante movimiento desde el Sena y vaya a saber qué barrio adinerado de París –vista de la ciudad muy de arriba y de lejos, con Torre Eiffel asomando turísticamente- a un barrio bajo de inmigrantes desde el cual la vista es bastante distinta, y en el que Céline descubrirá la vertiente política de la pasión de la mano de dos árabes (me pregunto si esto será provocador en Francia).
Y sin embargo, sin embargo, en una de esas Hadewijch no se trate tanto de la homologación entre el fervor extremista religioso y el fervor extremista político –gran obviedad, pero manejada sutilmente en la narración al punto que cerca del final resulta verosímil que la ex chica de convento católico ponga una bomba árabe en un subte- sino de la adolescencia, de la insatisfacción y del aburrimiento, cosas que en todo caso están tratadas más atractivamente y con un poco menos de solemnidad en cualquier película de Sofia Coppola. Ojalá Hadewijch fuera menos seria, ojalá hubiera carne y pasiones reales en esa niña fría, además de los pezoncitos que asoman todo pero todo el tiempo a través de una remera como para poner un detalle de sexualidad en el cuerpo asexuado. Porque eso es lo que da potencia a la imagen final, cuando Céline se trata de suicidar en un charco y es rescatada por un albañil-torso desnudo al que se abraza, que estuvo dando vueltas durante toda la película, cárcel va cárcel viene, y no sabíamos por qué –no sé qué pienso todavía de ese me-guardo-un-efecto-para-después. En fin, que es un momento en que los dos mojados y ella feliz por la materialización física de lo que siempre fue amor idealizado, contrasta con la contemplación reja de por medio de una estatua de Jesús en cueros y tendido abandonadamente al principio de la película, también con el torso desnudo, sólo que blanco y de piedra inmóvil y lejano pero que a pesar de todo no dejaba de ser un hombre con el torso desnudo.