Delgada línea de cielo e infierno
Drama de Bruno Dumont que oscila entre los actos de fe y los efectos del dogmatismo.
Entre la fe y la pasión (mediocre título local, a cambio del críptico Hadewijch original) está trabajada -a través de planos fijos, largos, austeros, cargados de belleza- en dos líneas. La primera, interior, difícil de ser traducida en imágenes, es la más lograda, y se centra en la angustia de una joven devota católica que intenta llenar su vacío existencial a partir de la fe. La segunda línea es más directa, terrenal, prosaica, y transmite el efecto que puede tener el fundamentalismo, cualquier fundamentalismo, sobre el mundo.
Aunque su narración es sencilla y ascética, elíptica, Bruno Dumont combina ambos registros con intenso lirismo y delicada complejidad. Hace oscilar a su personaje entre lo sublime y lo atroz. La actuación de Julie Sokolowski y la puesta en escena, basada en detalles sutiles y significativos, son muy logrados. También la fotografía, capaz de transmitir estados espirituales, y la música, sobre todo la de Bach, usada de un modo "profano" -como en la escena en que un grupo de muchachos toca El arte de la fuga al aire libre- o "místico", como la secuencia en que una banda ejecuta Pasión según San Mateo en una iglesia, ante el éxtasis de la protagonista.
Hablamos de una joven de la alta burguesía, Céline, que al comienzo se mortifica en un convento al grado de que las propias monjas le ordenan que vuelva a su casa. Esa figura, que Dumont trae de la mística del siglo XIII Hadewijch de Anvers, se pasea por jardines invernales, de árboles sin hojas, de-sabrigada, muy flaca, dándole el poco pan que lleva en la mano a los pájaros. O reza, con fe y aflicción, en habitaciones de paredes descascaradas y luces mortecinas.
El primer salto elíptico nos la muestra en un mansión parisina, la de su familia, enorme y ornamentada: tan desoladora como el convento del que viene Céline. El contacto con el mundo exterior la encuentra extraviada e ingenua. Hasta que conoce a unos jóvenes inmigrantes, musulmanes, de los suburbios. Algunos son tan religiosos como ella, pero sus convicciones -y su marginalidad, impuesta- los impulsa a actuar sobre la realidad. Dumont no juzga al dogmatismo de sus personajes: transmite su espiritualidad, su enajenación, su misticismo, sus rencores, su sexualidad sublimada, y, luego, sí, shockea con sus actos.
En ese cruce de dilemas filosóficos y políticos -la búsqueda de la redención, en un mundo indiferente e injusto- el director de Flandres genera polémica. Si en La cinta blanca la doble moral y el castigo alentaban el posterior dogmatismo, aquí, el dogmatismo genera violencia. Entre la fe... tiene algo del cine de Dreyer y Bergman, pero más de Mouchette, de Bresson. Entre lo excelso y lo execrable, la línea delgada.