Una familia y su terruño. El lazo de sangre que los une y la pertenencia como valor a rescatar. El caso sucede en Francia, el padre dueño de buenos viñedos en Borgoña y sus hijos. La muerte de ese hombre reúne a sus tres herederos. El que emigró por no soportar trabajar con su padre, que regresa. La única mujer, la que posee la nariz y la sapiencia para producir buenos vinos, y el menor ya casado y con un hijo que además padece a un suegro viñatero y dominante. Entre el que regreso con sus conflictos familiares con una especie de separación no confirmada de su mujer y un nene al que extraña. La mujer sola. El menor insatisfecho. Ellos deben decidir si siguen con la herencia recibida o repartir los bienes. Y mientras discuten y cavilan, deben atender los viñedos, la cosecha, el momento exacto, la mezcla de vinos, el ambiente competitivo, la defensa de las tierras. Y en las cuatro estaciones, y el devenir antes de las decisiones, se integra esa pertenencia a sus orígenes y a los viñedos como un personaje más y determinante. Con un buen elenco, y un director como Cedric Klapisch que saca partido de ellos, más un conocimiento del tema de vinos, con sus ritos y costumbres, el film construye un buen entretenimiento, un poco extenso, que entre estallidos de felicidad y melancolías afloradas se acerca a la emoción de cada personaje.