Una historia de lucha y desarraigos En el comienzo están las excavadoras, las paredes que caen, el terreno que parece más territorio de posguerra que barrio porteño. Pero de eso se trata: del inicio del documental Errantes, que también es el final del asentamiento conocido como La Lechería, entre La Paternal y Villa del Parque, donde solían vivir más de mil personas. Así, los directores Lisandro González Ursi y Diego Caraballi reconstruyen por medio de imágenes y testimonios el recorrido de sus habitantes para conseguir una vivienda digna a partir de la fundación de una cooperativa. Aunque en un principio se utilizan imágenes de noticieros para contextualizar la historia, la verdadera fuerza del relato está en el seguimiento de esas personas/personajes que luchan por cambiar su precaria situación habitacional. Las cámaras recorren laberínticos pasillos, se detienen en los juegos de los chicos al borde de las vías del ferrocarril San Martín y en las asambleas donde se discuten los detalles del inminente desalojo y la obligada mudanza. En todas esas escenas, los realizadores consiguen transmitir el sentido de urgencia que sobrevolaba el lugar y a sus habitantes, decididos a trasladarse a Mataderos, donde la cooperativa había logrado comprar un terreno para que el gobierno de la ciudad construyera las viviendas prometidas. Menos lograda es la construcción del relato en el que se abusan de las elipsis -no se explica la génesis de la cooperativa-, sin aportar algunos mínimos datos sobre los vecinos. Así, sus declaraciones pierden contundencia. Testimonios "Este lugar me ganó por cansancio", dirá, lapidaria, una de las protagonistas del documental, una mujer que cuenta lo difícil de sus primeros años en el asentamiento y que, cuando la conocemos, es una de las más activas integrantes de la cooperativa. La elección de los directores y guionistas de no identificarla -a ninguno de los personajes- ni siquiera con un apodo podría funcionar a modo de afirmación y defensa del trabajo comunitario, pero combinado con las constantes elipsis en el desarrollo de la historia acentúa la falta de información del espectador. Por momentos conmovedor y visualmente atractivo -el contraste entre la ruina de La Lechería y la construcción de las nuevas viviendas-, el documental consigue escenas de impresionante crudeza, aunque no logre armar con ellos un conjunto del todo fluido. Las dificultades y desvíos en el camino hacia sus nuevas casas son mostrados en detalle, especialmente la discriminación y prejuicios que padecen los vecinos, pero poco y nada se explica de los resultados de esa injusticia..
El documental de Lisandro Gonzalez Ursi y Diego Carabelli, que realizaron un minucioso trabajo con las familias que vivían en el predio “la lechería” hasta que fueron desalojadas y lo que ocurrió con ellos.
Un lugar llamado no lugar Estilísticamente correcta y con fuertes connotaciones sociopolíticas, el documental Errantes, que se estrena hoy en la sala Gaumont Km 0 dependiente del INCAA, se presenta a los potenciales espectadores como el registro testimonial de un evento en particular que puede ser leído como metáfora de muchas otras instancias similares. Como bien lo indica su título, Errantes desplaza la mirada, de manera nomádica (como los protagonistas) pero también anclada en una situación concreta: el proyecto de desalojo de una cincuentena de familias sin hogar que toman una vieja fábrica abandonada (La Lechería), convertida en asentamiento de precarias viviendas. Ubicada en esos extraños puntos urbanos donde confluyen uno o más barrios (en este caso, La Paternal y Villa del Parque), La lechería, ante el proyecto gubernamental de desalojar la fábrica con la promesa de reubicar a las familias en lugares más dignos, se transforma en el cuerpo de combate de una lucha de clases que se niega estoicamente a desaparecer o al menos a menguar su furia descontrolada. Escrita y dirigida por Diego Carabelli y Lisandro González Ursi como proyecto de la Escuela de Cine Documental El Observatorio, Errantes es la cuarta producción de ese colectivo en lograr el ansiado estreno comercial. Errantes viene precedida de laudatorios comentarios críticos y participación en festivales como el BAFICI, Tandil Cine (Premio del Jurado a la Mejor Película Argentina), y actual participante del Festival de Cine Migrante. No le faltan méritos a la obra de Carabelli y Gómez Ursi, a punto tal que el interés en la temática y en sus sufridos protagonistas se acrecienta a medida que el documental avanza. La construcción del documental es sencilla, con pocas pretensiones artísticas pero con un fuerte compromiso hacia la causa que mueve a los pobladores de La Lechería, a un grupo de encomiables asistentes sociales, y una necesariamente explícita condena de la intolerancia hacia lo diferente, hacia lo que se teme por miedos arraigados en grupos sociales “bien constituidos” que, al igual que los villeros de La Lechería, también se movilizan para evitar que sus miembros sean reubicados – primero de manera transitoria, luego de modo permanente – en dos torres con viviendas dignas para los desposeídos habitantes de la villa. La cámara de Carabelli y González Ursi no es precisamente inquieta. Mejor dicho, recorre y se detiene en el discurso personal de algunos de los más casos más representativos de lo que es la vida cotidiana en La Lechería. Algunos testimonios son conmovedores, como el del emprendedor trabajador inmigrante que logra levantar cabeza y tener su propio emprendimiento económico hasta que la tragedia se ensaña una vez más contra él, esta vez quizá de manera definitiva. “El accidente,” como él se refiere a un trágico choque entre una combi y un tren del premetro, arruina para siempre la vida de dos hombres, lisiados luego de la colisión. Luego de registrar prolijas asambleas donde prevalece el espíritu de camaradería y colaboración en un proyecto de transparencia supuestamente garantizada, Errantes continúa su discurso cuasi unilateral para concentrarse en las fuerzas de la oposición: los burgueses vecinos del lote a construir, que deciden boicotear la materialización del proyecto habitacional para evitar la proximidad de “indeseables”, de “diferentes”, de “otra gente”, percibidos como potencial amenaza a su bienestar de clase media. A nivel cuantitativo, Errantes detalla con lujo de detalles, de modo casi preciosista, el déficit habitacional de la ciudad de Buenos Aires, que existe, es real y tan evidente y palpable que basta alejarse una corta distancia del emblemático Obelisco para comprender su dimensión. Pero tal vez una de las mayores falencias de un documental como Errantes es no hacer mención explícita, detallada, del crónico déficit habitacional de enormes áreas de los suburbios de Buenos Aires, y de todo el territorio de la Argentina. A diferencia de un docudrama de excelencia como Elefante blanco, testimonial ejemplo de Pablo Trapero, Errantes parece obviar las dudas y los sentimientos ambivalentes de todo un conglomerado humano involucrado en una situación de desamparo bajo un gobierno que elige mirar hacia otro lado cuando se trata de cubrir, más que paliar con una curita, las necesidades básicas de los más desposeídos. Sin ser un avezado conocedor de la profunda realidad cotidiana de los habitantes del Elefante blanco (proyecto de hospital modelo de Sudámerica truncado por contigencias políticas), Elefante blanco toma partido y se involucra sin caer en el partidismo fácil. La Matanza, el distrito poblacional y electoral más grande de la Argentina luego de la ciudad de Buenos Aires, se erige, entonces, en emblema de lo posible y de lo que hay, de los proyectos posibles que chocan contra un muro cruel e insalvable. Errantes se ubica en el otro extremo de la ecuación: todo es posible en tanto haya unión, solidaridad y una meta clara. Pero al epílogo del film le falta una pieza clave: la suerte corrida por los habitantes de La Lechería, que en tres breves o larguísimos años, según se lo mire, puede haber virado 180 grados o empeorado en proporciones geométricas. El documental, como género, cumple loables funciones tales como registrar una realidad para el presente, pero proyectada, necesariamente, hacia un futuro, hacia la mirada más distante, no menos involucrada pero ciertamente más objetiva, de sociólogos, historiadores y analistas políticos. En este sentido, con sus aciertos y descuidos pero con un fuerte compromiso, Errantes hace caso omiso de otras voces y se transforma, por momentos, en un discurso unilateral sin lugar para el debate. La realidad se impone por peso propio, el documental pareciera decir, pero la adopción o rechazo de una postura política queda a criterio del espectador y de su capacidad de discernimiento.
En busca del techo propio La autogestión, en un cruda mirada sobre el déficit habitacional. El barrio la Lechería -por estar emplazado en una vieja envasadora ubicada frente a las vías del Ferrocarril San Martín- fue uno de los símbolos de la precariedad habitacional de los sectores más empobrecidos de la ciudad de Buenos Aires. Desde la década del ’80, y año tras año, la cantidad de ocupantes fue creciendo y llegó a tener unos mil habitantes. Este documental, de Lisandro González Ursi y Diego Carabelli, ingresa de una forma casi ausente en el paso a paso de Los Bajitos, una cooperativa de vivienda conformada por sus habitantes, en búsqueda del techo propio. ¿Su proyecto de mudanza? Un terreno que consiguieron en el barrio de Mataderos. Y aquí comienza el gran trabajo de los directores, hilar un relato con eje en tres vecinos, donde se destaca el desgarrador testimonio de un ciudadano boliviano quien fue abandonado por su mujer, gana no más de 300 pesos mensuales, está a cargo de cinco chicos y perdió una pierna en un accidente entre otros problemas. La fuerza misma. La repetida figura del Che Guevara (en almanaques, pintadas) más su mítica frase “Hasta la victoria siempre”, sumerge al espectador en un espacio de lucha, autogestión, donde el portavoz de la Cooperativa (con un discurso algo impostado, duro aunque honesto) informa a los habitantes de La Lechería cuál es el paso a paso a seguir en cuanto al flagelo habitacional que padecen. Y se plasma muy bien esa empatía entre los vecinos y los trabajadores sociales. Las tomas nocturnas, con el ferrocarril bordeando el complejo de La Paternal, el movimiento de gente en los pasillos y el pulso de cada asamblea incrementa la tensión, y atención, de un relato sólido con un prolijo montaje donde se destaca el sonido y las tomas panorámicas en una locación con escasos recursos fílmicos. El fuego y la barricada para cortar las vías en señal de protesta, la intimidante presencia policial o la bronca de los vecinos lindantes al terreno de Mataderos (donde el mensaje amenazador está muy bien captado) son algunas de las entradas hacia el conflicto, la tensión, elementos que llenan de color (y calor) a este logrado documental. Lo cíclico en Errantes se sostiene con la demolición de La Lechería, imágenes crudas, dolorosas, luego de un lento peregrinaje en la desocupación en diciembre de 2008. Parte de las familias terminaron mudándose a las casas construidas en un terreno en Parque Avellaneda y otras recibieron un subsidio para resolver, de un modo transitorio, su situación habitacional.
Documental que pierde el rumbo Prejuicios sociales y limitaciones de la comunicación se evidencian en este documental sobre el esfuerzo de un grupo de familias por acceder a un techo digno. Ellas se organizaron en una cooperativa de vivienda, compraron un terreno, hicieron sus casitas, pero al momento de la mudanza los vecinos del lugar repudiaron su llegada y no pudieron hacer uso de lo propio. Terminaron dispersadas en complejos habitacionales ajenos. El documental que ahora vemos nos muestra a algunas de esas personas asentadas en lo que fuera la envasadora La Lechería, entre Paternal y Villa del Parque, frente al FFCC San Martín (hoy demolida), las reuniones de la cooperativa Los Bajitos, comandadas por jóvenes bienintencionados, la construcción de casas propias en el predio de Basualdo 1753, Mataderos, la mudanza frustrada por toda una movida de vecinos paranoicos que decían haber visto en Internet muy malos informes sobre esa gente, y unas pocas cosas más. Llama la atención que los jóvenes bienintencionados, tan eficaces para ganarse la confianza de los asentados de La Lechería y organizarlos para una buena idea, no hubieran previsto un trabajo de relaciones públicas con los residentes de Mataderos. El malentendido que surgió ante la llegada de tantos desconocidos se hubiera desinflado en pocos días. Tampoco el Instituto Municipal de Vivienda hizo gran cosa por tranquilizar a unos y ayudar a otros. En el documental ni se lo ve, y las familias tampoco ven toda la ayuda prometida por dicho organismo ($12.000 por familia, a entregar en cuotas). Pero ése puede ser otro malentendido. Y otro malentendido más, es el que resulta de la mecánica impuesta por la producción de la película, que por filosofía se niega a facilitarle las cosas al espectador poniendo cada tanto un narrador en off que aclare algunas situaciones. La última parte del documental se hace medio confusa, y ni siquiera nos deja claro qué fue de algunas personas cuya ilusión habíamos compartido al comienzo: una estudiante tucumana de magisterio, una embarazada que toma con buen humor su poco espacio disponible, un boliviano que perdió la pierna en un accidente (y la mujer que no quiso cuidarlo y se fue, dejándole los hijos) y aun así trabaja todo el día y sigue adelante. Ese hombre se merece una película propia. Vaya a saberse ahora adónde fue a parar.
Todas las caras del conflicto El documental Errantes (2011) demuestra que los puntos de vista son fundamentales para comprender un conflicto. En este caso, el problema habitacional que tiene la Capital Federal focalizado en los habitantes de La Lechería ubicados en la zona de La Paternal ordenados a ser desalojados y reubicados en el barrio de Mataderos. La negativa de los vecinos, la influencia de los medios y la ausencia del Gobierno de la Ciudad son claves para entender la complejidad del asunto. De manera muy inteligente, el documental dirigido por Diego Carabelli y Lisandro González Ursi, nos adentra en el conflicto mostrando primero la destrucción edilicia. Toda una declaración de principios de las políticas habitacionales de la ciudad. Rápidamente se da paso a los registros televisivos del tema: cámaras y comentarios que estigmatizan la pobreza. Recién luego nos adentramos en la vida de los habitantes de La Lechería. La Lechería se era una antigua fábrica abandonada que fue ocupada en 1979 y albergaba 85 familias hacia 2008. El lugar se encontraba en condiciones paupérrimas de vivienda junto a las vías del Ferrocarril San Martín. Por orden judicial el asentamiento debía ser desalojado y los habitantes, organizados bajo la cooperativa “Los bajitos”, lograron que el gobierno porteño les otorgue un terreno en el barrio de Mataderos. Al momento de la mudanza aparece otra cara del conflicto: los antiguos vecinos de Mataderos que se resisten a la llegada de los nuevos habitantes. Intercede la policía y la situación que parecía una solución se termina agravando. Es interesante escuchar los argumentos de los vecinos “en internet dicen que son mala gente” auguran, dejando en claro la influencia discriminadora de los medios de comunicación. La película, luego de darle el tiempo y el espacio para que el espectador comprenda los deseos y frustraciones de los habitantes de La Lechería, vuelve a los registros televisivos del caso para mostrar así la construcción de la opinión pública que llevan a cabo los medios de comunicación y que reiteran como voz propia los vecinos de Mataderos. Después de la condescendiente Elefante blanco (2012) era necesaria una mirada que abarque todos los puntos de vista de un conflicto ligado a la marginalidad para comprender el alcance y condicionamientos sociales de los hechos. Errantes proporciona de esta forma una mirada inteligente y profunda sin quitarle complejidad al problema habitacional de la Ciudad de Buenos Aires pero también a la marginalidad condenada socialmente por los medios y políticas gubernamentales porteñas.
Errantes, siendo un documental, tiene una visión sobre la marginalidad bastante más interesante y matizada que muchas ficciones como Elefante blanco. A diferencia de la película de Pablo Trapero, donde los pobres deben ser conducidos por gente que viene de afuera, en Errantes son los propios habitantes del asentamiento La lechería, ubicado entre La Paternal y Villa del Parque, los que se preparan y ponen en marcha. Las escenas en las que se filman las reuniones de la cooperativa de vivienda son impactantes: los mismos vecinos llevan adelante todo lo relacionado con gastos, trámites o cuestiones legales, y los encargados de la organización se muestran combativos pero respetuosos, siempre expeditivos e intentando transmitir lo más claramente posible el estado de cosas a los habitantes. El objetivo principal es uno: después de años de pelear para conseguir que el gobierno les ceda un terreno en el barrio de Mataderos, hay que planificar y concretar la construcción del nuevo complejo y el traslado. No esperen ver aquí un retrato triste y apagado de la pobreza, porque la gente que vive en La lechería, incluso con la enorme cantidad de problemas de toda índole a la que debe enfrentarse día a día (entre ellos, un desalojo inminente y una mudanza imposible) se comporta de manera enérgica, no para de hacer cosas, y algunos hasta parecen poder darse el lujo de estar de buen humor. La comparación con la imagen de la miseria más frecuente no es ociosa porque ahí radica buena parte del atractivo y la lucidez de Errantes. Así, otro estereotipo que falta, también, es el del adicto: al alcohol, a las drogas, al juego. En la precariedad habitacional de La lechería parece no haber oportunidad para entregarse a esas miserias, y la cámara en ningún momento encuentra la sordidez que caracteriza a mucho cine con ínfulas de radiografía social. Lo que hay, en cambio, es mucha escasez y pobreza, pero también mucho empuje y deseos de progresar; es como si los vecinos estuvieran demasiado preocupados por mejorar su calidad de vida y no encontraran el tiempo suficiente para detenerse en los detalles más terribles de su cotidianidad. No resulta tan raro, entonces, que el lugar del sufriente lo ocupe una sola persona; una, justamente, que ya no puede moverse como los demás, que no puede seguirles el paso en la rutina de todos los días. Se trata de alguien que, debido a un accidente, perdió una pierna y está en una silla de ruedas; su relato es menos acerca de los dolores de la pobreza que una historia trágica: sufre un accidente, su mujer lo abandona con cinco hijos, él se establece en La lechería, se encarga de la educación de de su familia y trata de reconstruir su vida. Otra diferencia fundamental se da en relación con esa vieja idea de las clases marginales como víctimas irremediables de una clase gobernante ajena a sus reclamos. Claro que Errantes es un llamado de atención a la política y a los que la ejercen, a un Estado que se ocupa mal y a destiempo de sus miembros más desprotegidos, a un aparato burocrático que le complica la vida a las personas a veces de manera innecesaria y hasta ridícula (el desalojo se realiza antes de terminada la mudanza). Pero los directores no proponen un esquema de buenos y villanos sino que, a riesgo de ser tachados de incorrectos, dicen que a veces el peor enemigo no es un gobernante, un empresario o un rico (en cine, los típicos culpables de las penurias de los sectores carenciados) sino el propio vecino, alguien similar, uno que, podría pensarse, es parecido pero que exhibe un odio y una intolerancia que lo distancian y que impresionan por su virulencia. A punto de recibir al contingente presto a mudarse proveniente de La lechería, el recelo y la inquietud de los vecinos de Mataderos puede resultar comprensible, pero no así sus actitudes violentas (agreden a piedrazos a los trabajadores de la construcción) ni su discurso que criminaliza al pobre automáticamente y sin reparos, como lo haría el peor de los reaccionarios. Errantes se corre de muchos de los lugares comunes más gastados que surgen cuando se quiere hablar de marginalidad, y lo hace, sobre todo, cuando le da voz a una turba de vecinos que acaba siendo más perjudicial para el grupo protagónico que la corrupción y la ineficacia estatales.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.