Familia

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Si en La noche Edgardo Castro revelaba con crudeza y sin tapujos detalles de su propia intimidad -un periplo anárquico condimentado con alcohol, drogas y sexo casual-, en Familia , otra vez como guionista, director y protagonista, exhibe el revés de esa trama, la monotonía de un rutinario encuentro con sus padres en Comodoro Rivadavia, una experiencia teñida por la abulia donde quizás podrían rastrearse algunos de los estímulos que forjaron la personalidad del protagonista.

Castro se toma los primeros veinte minutos de la película entrar en acción, como si demorara adrede el ingreso a ese espacio en el que, él lo sabe de sobra, no va a sentirse del todo cómodo. Y después se adapta como puede a la apatía y las tensiones latentes de la dinámica del lugar.

La contracara, una vez más: en La noche aquello que lo impulsaba era el deseo, mientras que en Familia el camino es entregarse a la resignación, en el mejor de los casos. En esa mesa navideña todos están muy cerca, pero la distancia emocional que los separa es importante. La televisión y los teléfonos celulares son las únicas conexiones con el afuera.

En esta ficción que coquetea todo el tiempo con los mecanismos del registro documental, cada uno parece tener guardado algún secreto inconfesable y practica a destajo la política de la evasión. Como en las mejores familias.