Casi como contrapunto, como reacción a la provocativa y radical La noche, Familia muestra una faceta muy distinta de Edgardo Castro. Si bien vuelve a ser guionista, director y protagonista, en este caso la exploración no es tan interna sino más en función de observador bastante extrañado de una dinámica familiar que es y no es la suya.
Los primeros 20 minutos lo muestran al propio Castro cortándose el pelo, agarrando el auto y enfilando hacia la ruta, parando para hacerle una ofrenda al Gauchito Gil, almorzando con suma parsimonia en el camino, parando en un motel y, finalmente, llegando a Comodoro Rivadavia para visitar a su familia algo disfuncional (un poco como todas, bah).
Su padre escucha poco y nada, su madre está más interesada en seguir los episodios de la telenovela El sultán (la televisión siempre prendida y con el volumen al mango es un “personaje” más que no solo acompaña sino que incluso tapa ciertos vacíos comunicativos) y él participa poco, come, bebe, fuma sus Parisiennes fuertes y mira todo como alguien bastante ajeno. Es que el protagonista parece ir allí una vez al año, en la previa de Navidad, como quien cumple un ritual, una convención, una rutina, pero sin involucrarse demasiado con la suerte de ese núcleo.
La película -sencilla, diáfana, pura, cristalina- consigue algunos momentos de intensidad emocional (y cinematográfica), ciertas irrupciones de ternura, pero al mismo tiempo resulta un trabajo algo convencional en comparación con la revulsiva y audaz La noche, en la que Castro se exponía de una manera mucho más íntima y descarnada.
Como dato de color para la industria, Castro contó para este segundo largometraje con el apoyo de El Pampero Cine. En ese sentido, en la última humorada del film, los créditos cierran con “Presidente del comité cinematográfico de FAMILIA: Alejo Moguillansky; Miembro honorario del comité cinematográfico de FAMILIA: Mariano Llinás”.