El corte de pelo antes de salir a la ruta. El cigarrillo encendido en el santuario del Gauchito Gil a modo de ofrenda. La noche en el hotel. La ruta otra vez. Todo ocurre a lo largo de veinte minutos, en una especie de ritual que parece repetirse todos los años y donde el silencio apenas se interrumpe por algún intercambio con los empleados que Edgardo Castro -en su versión de actor/director- cruza a lo largo del viaje. La llegada a la casa de los padres abandona ese silencio absoluto para dar con otro de escasas palabras pero donde todo logra comprenderse o, al menos, aceptarse.