El dilema de la eternidad
Alexander Sokurov aborda temas y autores intimidatorios, actitud que no está reñida con el placer de constatar la aventura creativa del cine de autor. Fausto es una reescritura de la obra de Goethe y la excusa del director ruso para introducir las preguntas metafísicas sobre la vida y la muerte, la finitud y la eternidad.
La película comienza con una panorámica que capta el paisaje y la ciudad amurallada, a medida que se acerca la cámara al universo estrecho donde vive el Doctor Fausto. Las primeras escenas advierten al espectador que Sokurov hará lo que quiera con la cámara. El cirujano manipula los cadáveres en busca del alma. Lo escatológico y feo va unido al cuerpo humano y sus misterios, en primerísimos planos.
"Se puede vivir sin alma", dice el padre de Fausto, también médico, mientras pone en práctica métodos cercanos a la tortura. La aldea es lúgubre; por las callejas deambulan los hambrientos desesperados, sobrevivientes de una guerra. Fausto también tiene hambre y dudas filosóficas. La necesidad lo lleva a casa del prestamista, un hombre horrendo, diablo y monstruo que lo acompañará en la búsqueda de respuestas, atento al momento propicio para que hipoteque su alma.
Sokurov plasma la relación feroz entre el médico y su protector. Ellos aluden al hedor, la pobreza extrema, la muerte inevitable, mientras la disputa filosófica se plantea en los diálogos. La escena en que el viejo se desnuda y se mete en el agua donde las mujeres lavan la ropa es cercana al Infierno del Dante.
En el paseo, con el diablo como falso aliado, el director propone una edición fantasmagórica a partir de imágenes realistas. La aldea, sus habitantes, los esfuerzos, los cuerpos, la historia de amor imposible, los rostros, son fotografiados y, al mismo tiempo, componen la fantasía negativa de la mente afiebrada de Fausto.
La puesta de la película es por momentos teatral, con las interpretaciones notables de Johannes Zeiler (Fausto) y Anton Adasinski (prestamista). Hanna Schygulla se camufla bajo el vestuario en el rol de la esposa del viejo diablo, en este relato inusual. Con rasgos bergmanianos, las palabras de Goethe en relectura contemporánea, y la carga estética de Sokurov, Fausto mantiene la llama inquieta del saber alumbrando el misterio de la existencia del Bien y el Mal.