Genialidad y autoindulgencia
Gran apuesta de fin de año del cineasta ruso Aleksandr Sokurov donde refleja cada una de sus obsesiones temáticas y formales. El mundo que describió Goethe en la mirada reflexiva y personal de este gran artista.
Primero, se agradece el estreno de una película como Fausto, apuesta fuerte de fin de año que no busca espectadores en actitud de avalancha. En segunda instancia, es el último pero no tan reciente trabajo del cineasta ruso Aleksandr Sokurov, que obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia y uno de los premios principales en Mar del Plata del año pasado. Pero la aclaración relevante es que esta particular versión del Fausto de Goethe, en manos del creador de Madre e hijo y El arca rusa, refleja cada una de las obsesiones temáticas y formales del cineasta, su enfática opinión sobre el mundo y su indiscutible talento cuando recurre al debate dialéctico sobre los infinitos y oscuros mecanismos del poder.
En efecto, el Fausto de Sokurov es el texto de Goethe pero se ubica en la vereda de enfrente de otras adaptaciones, ya que sus intenciones se inclinan a cerrar la tetralogía que el director iniciara tiempo atrás donde Hitler, Lenin y el emperador japonés Hirohito oficiaran como personajes principales. Moloch (1999) en referencia a los últimos días de Hitler; Taurus (2001) y el encuentro de un convaleciente Lenin frente a la ambición de Stalin y El sol (2005) y la enajenación mental de Hirohito frente a la rendición de su imperio, son los antecedentes de la llamada Tetralogía del Poder que culmina con Fausto, ejemplo acabado de un cine reflexivo y de fuerte impacto visual.
Las posibilidades de análisis que ofrece el combo Goethe-Sokurov son infinitas, desde el horrendo paisaje donde transcurre la historia hasta la caracterización de los dos personajes principales (el médico y el enviado de Satanás), como figuras borrosas de un contexto que parece extraído del "Infierno" del Dante. En este punto es donde el director ruso democratiza la propuesta de Goethe, pero al mismo tiempo, traslada el texto original hacia sus elecciones formales. Utilización de lentes anamórficos, grandes angulares y planos secuencia, tal como hiciera en Madre e hijo, representan el universo estético de Sokurov, siempre a sus anchas dentro de esa fusión que se establece entre el cine y la pintura. El largo recorrido del doctor junto al deforme sujeto proveniente de algún lugar, llevará a ambos al descubrimiento, la pregunta permanente, el deseo de amar (allí aparece el personaje de Margarita, obsesión de Fausto, junto a la figura cadavérica de la madre de su prometida), el debate filosófico, la búsqueda de algún motivo válido para seguir viviendo dentro del horror que caracteriza al mundo. Al mundo que describió Goethe pero reinterpretado por Sokurov.
La apuesta del estreno de Fausto es extrema; al fin y al cabo se trata de un film genial, presuntuoso, autoindulgente y único en su especie. Un Sokurov auténtico.