Hay películas grandes como monumentos y películas grandes como monstruos. El “Fausto” que propone el cineasta ruso Alexander Sokurov, creador de algunos de los films más importantes de las últimas décadas (“Madre e hijo”, “El arca rusa”, “Spiritual voices”, “Moloch”, “El sol”) pudo haber sido lo primero pero resulta lo segundo. Por cierto, se trata de un fracaso, aunque de una dignidad notable. El autor toma ambas (por primera vez ambas) partes de la (falsa) obra teatral de Goethe para construir una reflexión sobre el poder, una especie de “cierre” a la serie de films que dedicó a Hitler, Lenin e Hirohito.
Sin embargo, el problema de Sokurov reside en que quiere hacer demasiadas cosas y no todas en el lugar que corresponden. Quiere reproducir el estilo pictórico del romanticismo, con sus lentes aberradas (ya utilizadas en “Madre e hijo”) pero no siempre resulta pertinente; quiere que escuchemos la poesía de Goethe, pero no siempre las voces son las adecuadas. Quiere que nos dejemos llevar por el esplendor visual, pero en cada secuencia asoma el exceso o el feísmo que la arruina. A veces, se dibuja un diseño, una premeditación detrás: después de todo, Satán, el amo del error, es quien orquesta todo lo que vemos.
Pero el film obliga al espectador a sintonizar con el cerebro –no ya con el arte– de Sokurov, un pedido excesivo. Por cierto, hay momentos de una belleza y poder deslumbrantes, pero rescatar esas joyas es un trabajo titánico, aunque se recompense el esfuerzo.