Alma mía, mía
El mítico pacto con Mefistófeles narrado por el escritor alemán Goethe en Fausto es la historia elegida por el cineasta ruso Aleksander Sokurov para dar cierre a su tetralogía sobre el poder y las ambiciones humanas que comenzaran con el film Moloch (1999), luego con Taurus (2001) y El Sol (2005), todas ellas para retratar las figuras de Lenin, Hitler e Hiroito, líderes políticos que ambicionaron el poder hasta decir basta.
En este caso particular si bien no hay una figura histórica de peso, la premisa que se inspira libremente en los textos del recién citado escritor alemán resalta a dos personajes que llevarán la carga dramática sobre sus hombros durante el desarrollo de las casi dos horas y media de película donde la belleza estética y cinematográfica de encuadres preciosistas contrasta con una fealdad manifiesta en sintonía con las oscuras intenciones del doctor Fausto (Johannes Zeile) que vende su alma al diablo, mejor dicho a un emisario del propio Satanás (Anton Adasinskiy) para obtener por un lado el amor de Margarita, una joven a quien el propio doctor le asesinó a su hermano y por otro a la eterna juventud a pesar del costo que eso puede significar.
En la primera secuencia donde la cámara desciende desde el cielo hacia la tierra queda planteada entre cadáveres la primera de las preguntas que el film no podrá responder: ¿existe el alma? Para el doctor Fausto el interrogante es el motor de su experimentación, tanto en el campo de la medicina como en el terreno de lo filosófico. Sin embargo, en esa Edad Media donde se contextualiza la película, la muerte, la enfermedad y el hedor de cuerpos que caducan y perecen -como las ideas- ocupan el centro de todo y amenizan un largo camino en el que el protagonista y su acompañante, enviado por Lucifer para tentarlo, intercambian pareceres y se debaten dialécticamente entre los placeres terrenales de la juventud y el sin sentido y la futilidad de la vida.
Solamente la película de Sokurov encontrará su público en aquellos que conozcan sus anteriores trabajos como El Arca Rusa o Madre e Hijo por citar los más conocidos pero podrá resultar realmente tediosa si se la reduce meramente a la adaptación de la novela de Goethe o si se la toma de manera literal sin capacidad de abstraerse y dejarse llevar por sus imágenes; perturbar por sus monstruos y reflexionar por sus ideas filosóficas y su carácter de ensayo sobre la condición humana en todo su esplendor.