Fausto

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Padre e Hijo

Si uno indaga en el mito de Fausto, va a encontrar, que la historia del médico, que a cambio de poder y conocimiento le regala su alma al diablo, precede varios siglos a las novelas que Goethe escribió a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y de hecho, es acaso la historia más popular de la literatura y mitología alemana.

Por qué la tragedia de este hombre común, que ha pasado de ser un oscurantista a un doctor escéptico y ateo sigue interesando a las nuevas generaciones de narradores no es un misterio. Tanto el mito como la novela de Goethe hablan de la codicia, del deseo de poder a toda costa, pecado mortal que se paga con la sangre, vendiendo el alma al diablo, y por eso mismo, el realizador ruso Alexander Sokurov decide cerrar su saga sobre figuras que terminaron destruidas por su propio poder (Hitler, Stalin, Hirohito) con un cuento clásico, en vez de la dramatización de la vida de personajes del siglo XX.

Acaso Fausto, resume poéticamente todo lo que Sokurov ha demostrado en las anteriores películas, pero consiguiendo una autonomía cinematográfica que sitúa esta adaptación en un extraño lugar de su filmografía.

Parece que han quedado lejos las épocas en las que el director se animaba a experimentar con las primeras cámaras digitales que salían al mercado, desvirtuaba la imagen y narraba pequeñas, pero poderosas historias sobre madres o padres e hijos. Cuentos, donde el atractivo pasaba por generar un clima, por convertir el cine en un lienzo lleno de colores con personajes vivos, cálidos, identificables. Esa novedosa estética minimalista, pero al mismo tiempo de una belleza indescriptible fue (bien) imitada por realizadores argentinos como Inés de Olivera Cézar o Gustavo Fontán. Sin embargo, el realizador ruso se dejo tentar por el lado oscuro del séptimo arte y se agrandó. Ya desde El Arca Rusa, podíamos ver que a Sokurov le gusta la grandilocuencia y Fausto lo confirma.

Fausto es completamente excesiva, es grotesca, es épica, es cínica, pero también es hermosa, poética y crítica. Es pretenciosa y ambiciosa en todo sentido. Sokurov decide llevar al protagonista a un viaje de ida que se convierte en el mismo que hace el espectador. Fausto busca el alma. Su incredulidad y deseo son lo que lo llevan a firmar el famoso pacto con este ser que Sokurov lo pinta deforme y monstruoso desde el primer minuto que aparece. De hecho, toda la pintura barroca de la Alemania campestre de principios del siglo XIX es grotesca, horrible, miserable y apocalíptica. Fausto pone en duda sus creencias y cuánto más se fascina con Margarita, menos cree y menos culpa asume por sus “pecados”.

Mauricius (Mefisto) le muestra al protagonista los placeres a los que puede acceder y también lo involucra en un crimen. De esta forma, también se trasforma en una suerte de conciencia y el Fausto del film adquiere una culpabilidad similar al personaje de Raskolnikov de Crimen y Castigo. Lo religioso y profano entran en escena en forma completamente corrupta y la pureza está representada en la figura de Margarita.

El micromundo que crea Sokurov es realmente fascinante, admirable en los detalles de escenografía, vestuario y maquillaje. La fotografía de Bruno Delbonnel es clave en la degeneración de la realidad, transformando los espacios en sitios casi oníricos, deformando las figuras con lentes – similares a los de Madre e Hijo – y teniendo una gran variedad de colores que van rotando por escenas – verdes, azules, amarillos, grises – hasta llegar al impresionante y desolador final.

Al borde del absurdo, Johannes Zeiler y Anton Adasinsky, logran dos interpretaciones fascinantes, netamente expresivas, que si bien no transmiten empatía o calidez, en su horrible retrato resultan atractivos. Ambos, además conforman una pareja donde se va generando una tensión casi familiar, un duelo de poderes, que se vuelve casi humorístico. Sokurov acierta en aplicarle a la película varias dosis de humor negro para no volver tan solemne el relato. Definitivamente no es un film de “qualité” más y el agregado de escenas bizarras, casi gore, lo confirman.

Se trata de una propuesta arriesgada desde el comienzo, donde una gran panorámica nos presenta el pueblo donde sucede la acción como si fuera una historia épica de Hollywood.

Sin embargo, después de una interesante introducción de los protagonistas el film cae en un gran número de diálogos innecesarios y discursivos que le restan ritmo a la película. Aun cuando solo dura un poco menos de dos horas y media, pareciera que ya estamos ante un obra mucho más extensa, dado que las escenas se extienden demasiado y algunas situaciones podría haberse simplificado un poco.

Más allá de esto, Sokurov no defrauda y no termina siendo devorado por su propia criatura. El mito sigue vivo, y una vez más el infierno está tan encantador…