La película comienza con la imagen de una mujer recibiendo flores, en un evento familiar o escolar, por parte de sus niños. Esa mujer es la madre de la cineasta, Mara Avila, quien fuera asesinada en la zona de Puerto Madero, en julio del 2005 por su pareja de ese entonces, Ernesto Jorge Narcisi.
El hecho es, a nuestros ojos en 2019, un femicidio. Pero en esos años, la prensa lo catalogó como un simple crimen pasional. No lo era.
Avila comienza su relato con recuerdos de fotos, reflexiones y videos caseros de su mamá Ella era profesora de inglés, y se había reunido con Ernesto para decirle que había tomado la decisión de terminar la relación.
María Elena tenía 53 años y su partida dejó a Mara sola, (estaban sus padres separados), enfrentando no sólo la subsistencia, sino el proceso legal para obtener justicia.
A lo largo de este tiempo, Avila partió de su propio dolor e hizo un proceso de reformulación, abriéndose al trabajo colectivo, aprendiendo mucho y elaborando lentamente, su duelo personal.
Mara narra con gran sentimiento, todo este camino de ausencias y dolor, en el que dio con amigos, colegas y mujeres, que luchaban para hacer visible esto que hoy en día es una demanda del colectivo femenino.
Su madre, fue víctima de un femicidio, pero para el momento en que fue, las leyes no recaían con fuerza sobre el victimario. Ni siquiera estaba la discusión de género que hoy nos convoca hace un tiempo.
Avila realiza un documental que tiene su fortaleza en mostrarla resilente, conciente y vital. No se ha dejado vencer por todo lo sucedido y ha encontrado la asistencia y el acompañamiento adecuado para colaborar con la visualización de su caso, buscando siempre una reflexión crítica ciudadana, con miras a cuidar mucho más a las mujeres en todos los estratos del cuerpo social.
Valida como ejemplo de transformación y documento para fortalecer la visibilización de un tema que debe estar en la agenda pública, sin lugar a dudas.