A bailar el tango Fermín (2014) es una película tribunera. Recurre a toda la batería de efectos posibles para llegar emocionalmente al espectador. Así hay que entenderla, pues no aplica a ningún análisis racional (camina en varias oportunidades por la cornisa, incluso desbarranca más de una vez). Ahora hay que reconocer que en ese tono que prefiere moverse es sumamente eficaz, funciona como buen producto comercial de tango. Desde el vamos la historia es tan ambiciosa que se torna un imposible pensarla como un todo homogéneo. Se traza la historia del personaje Fermín en tres temporalidades: sus tiempos mozos, en 1945, época de oro del tango (interpretado por Luciano Cáceres), en la actualidad con un Fermín anciano (Héctor Alterio) que recita diálogos en forma de tangos en un neuro psiquiátrico, y varios retornos a un último período -oscuro de Fermín y de la Argentina- en el año 1976 con la dictadura militar de contexto y con el fin de explicar narrativamente su fracaso personal. Pero también hay insertos en la historia números musicales, donde se luce el baile del tango For Export, y una subtrama romántica que desarrolla la historia de amor entre el joven médico Ezequiel (Gastón Pauls) que atiende a Fermín anciano, y su nieta Eva (Antonella Costa) que va a visitarlo. Así mismo, hay que reconocer que la película dirigida por Hernán Findling y Oliver Kolker tiene una fuerza inusual que impacta al público desde lo emocional. No trata jamás de evitar estereotipos ni de hacer un planteo sutil de las situaciones: Todo será exuberante, opulento y espectacular para apelar a lo sensitivo y conmover a la platea. Y logra su objetivo, siendo efectiva en su intención de movilizar sentimientos por más que transite por varios clichés del melodrama (tanguero) para conseguirlo. Vale decir también que en algunos lapsos la película parece ser consciente de su actitud desprejuiciada hacia el efecto fácil, e introduce momentos cómicos que aligeran la carga dramática. En la década del treinta y cuarenta en la argentina había una serie de films, como los dirigidos por Manuel Romero, que apuntaban a construir historias desde el tango (muchos estaban basados en letras de tango directamente) para satisfacer el consumo de tango en el exterior. Eran films sin grandes valores artísticos, planteados con fines comerciales y muchas veces descalificados por los intelectuales. Fermín parece rescatar dicha tradición, y se lanza a los cines con toda su carga de temas relacionados al tango, y con la nostalgia como caballito de batalla. El resultado es una película para disfrutar y nunca tomarse demasiado en serio. Habrá que relajarse y dejarse llevar. Con tal actitud desprejuiciada, Fermín puede provocar hasta ganas de salir bailando del cine. No diga que no le avisamos.
Tras exhibirse oficialmente por primera vez en la 10ª edición de Pantalla Pinamar, estrena comercialmente la película que tiene a Hector Alterio como protagonista interpretando a un octogenario paciente internado hace más de una década en un nosocomio para trastornos mentales, que tiene la rara cualidad de expresarse únicamente a través de letras de tango. Con ésta original propuesta parte este film que en sus primeros minutos logra cautivar, en cierta forma, al espectador al punto de robarle los aplausos ante el final de un baile de tango. Un gran reparto lleva adelante una galería de personajes estereotipados, aunque bien interpretados, en un relato cargado de clichés y una historia que a medida que avanza se vuelve cada vez mas predecible, pero que a ritmo de tango, excelentes arreglos musicales y una puesta en escena visualmente impecable, apunta a ganarse la forzada emoción y melancolía del espectador. Fermin aparenta ser una película de aquellas denominadas "For export", que pareciera haber sido concebida con dicha premisa antes que su original propuesta (sus títulos de cierre originales expresados directamente en ingles y la presencia de cuadros de baile completos propios de un show para extranjeros podrían ser un indicio), pero de alguna manera funciona en el espectador que se entretiene y emotiva a largo de casi todo el film. Con un final, innecesariamente extendido pero aclaratorio para públicos de mercados extranjeros, y a fuerza de una banda de sonido que será determinante en el relato, Fermin logra llevarse los aplausos del público que disfruta del ritmo y letras de tango.
Tango que me hiciste mal... Fermín, la película sabe a quién le habla y lo que quiere contar. El problema es la forma en que elige hacerlo. Dirigida a cuatro manos por Hernán Findling y Oliver Kolker, se trata de un somero homenaje al tango enmarcado en una historia ficcional cuyo protagonista es Fermín Turdera (Héctor Alterio), un viejo milonguero que pasa su vejez internado en un siquiátrico acompañado únicamente por su nieta Eva (Antonella Costa) y la nueva incorporación del nosocomio, el doctor Kaufman (Gastón Pauls). El descubrimiento de éste acerca del particular habla de su paciente (sólo con frases de tangos) lo llevará a involucrarse en ese mundo. Pero Findling y Kolker van por más intentando construir el retrato de un hombre que atravesó la segunda mitad del siglo pasado. Así, entre flashbacks de Fermín en su juventud (Luciano Cáceres) y referencias laterales a la Libertadora y los desaparecidos, el film muestra las singularidades del presente tanguero, incluyendo la representación de largos números musicales y la participación del bailarín Carlos Copello, al tiempo que el creciente interés romántico de Kaufman por Eva. El problema es que esa ambición nunca logra traducirse en un relato redondo sino en uno disperso e irregular, con muchas facetas no del todo exploradas y personajes apenas esbozados.
Tango que me hiciste mal El regreso de Héctor Alterio al cine nacional, entre comedia y drama. Ya desde su título, Fermín trae reminiscencias de música argentina. Pero, más allá de que el personaje que le da su nombre a la película está internado en un hospicio como el de la canción homónima de Almendra, el filme no está vinculado al rock nacional, sino al tango. A tal punto, que podría decirse que la trama es una excusa para mostrar milongas, orquestas y bailarines en acción. Oliver Kolker, guionista y codirector de la película, es un actor, bailarín y profesor de tango radicado en Nueva York, que con Fermín se propuso difundir el género porteño por excelencia. El problema es que el abordaje es for export. Se ve, sobre todo, baile de escenario, con toda la artificialidad que sus acrobacias implican, y en escenas que no están fluidamente ensambladas con la ficción: parecen videoclips insertados a la fuerza en medio de la historia. Otro inconveniente es que el espíritu pedagógico conspira contra la película: la cuestión tanguera está exageradamente subrayada desde lo visual -por ejemplo, se ve la imagen de Carlos Gardel, o su nombre, hasta en la sopa- y, por supuesto, también desde lo narrativo. Porque Fermín (Héctor Alterio, que volvió a filmar en la Argentina después de diez años de ausencia) sólo habla en tangos: es decir, se expresa con fragmentos de letras de tangos famosos; lo que no se entiende es por qué lo hace con acento español. Está semiabandonado en un neuropsiquiátrico donde reina la desidia, hasta que -un clásico- llega un psiquiatra joven (Gastón Pauls) que se enfrenta al sistema y, con ímpetu, rebeldía y nuevas ideas, intenta rescatarlo. La historia transcurre entre ese presente y el pasado: hay permanentes flashbacks que muestran a Fermín en su juventud y madurez (interpretado por Luciano Cáceres), entre los años ‘40 y ‘70. Las actuaciones son en general bastante flojas (una de las excepciones es Alterio, más allá de algunos problemas de dicción). Y no ayudan a un filme que oscila entre la comedia y el drama, pero a medida que transcurre se va inclinando cada vez más hacia lo melanco, hasta transformarse en una de esas películas que buscan hacer llorar al espectador, cueste lo que cueste.
De amores y enfermedades Fermín es una de esas exposiciones de voluntades sin cauce, sin conciencia cabal de forma, del cine argentino. Una dosis intermitente de costumbrismo plañidero y tanguero sobrevuela cortocircuitos visuales en forma de travellings sin destino, como ese que sigue a la primera entrada de Gastón Pauls al hospital, que termina "en algún lado". Por su parte, poco ayudan a mejorar el aspecto de esta película notorios errores de tipeo en los créditos finales, la baja definición en muchos planos de exteriores en movimiento y la inclusión de un auspiciante (Café Martínez) en planos de tal nivel de grosería que hasta podrían verse como paródicos. La sinopsis enviada empieza así: "El Dr. Ezequiel Kaufman [Gastón Pauls] entra a trabajar como médico psiquiatra en un neuropsiquiátrico público. Entre sus pacientes descubrirá a Fermín Turdera [Héctor Alterio], quien cuenta con su nieta Eva [Antonella Costa] (...) Ezequiel descubre que Fermín sólo se expresa a través de tangos...". El protagonista es más Kaufman que el Fermín del título. Por tiempo dedicado, por relevancia dramática, el eje parte de pero no termina de estar en la cura psiquiátrica. Y está bien que así sea, porque la exposición de la enfermedad es lo más flojo del presente del relato (2013, aunque más allá de una indicación temporal y alguna computadora puesta en Facebook, casi todo es antiguo y rancio). Hay tres pasados: uno en 1945, otro -muy breve- en 1955, otro en 1976. Fermín modelo 1945 es interpretado por Luciano Cáceres con gran entusiasmo. Pero en 1955 y en 1976 él y la sufrida gente de maquillaje deben hacer frente a la dificultad de envejecer sin efectos digitales. Ni en su caso ni en el de Dalma Maradona se logra plasmar el paso del tiempo que pide el relato, así que esos setenta se convierten en un grotesco baile de máscaras, acompañado por las peores decisiones narrativas (coche en la lluvia, gritos y frases altisonantes que pensábamos que se habían perdido en la noche del cine argentino). Fermín anciano está interpretado por Héctor Alterio, con los excesos y los permisos típicos de "actor argentino venerable". Se le entiende poco y, aunque se comente que a su personaje le cuesta la claridad verbal, es llamativa esa pastosidad. No es habitual tener de protagonista un personaje así de desagradable, así de irredimible, así de inadecuado para el sentimentalismo que propone la música cuando no es tango, cuando no acompaña los muy vistosos y atractivos pasos de baile. Fermín es -fue- poco recomendable para amigos, mujer, hijo, mundo en general. La película, consciente o inconscientemente, va decantándose por la historia de amor entre Kaufman y Eva, pareja que -logro no demasiado frecuente en el cine argentino- tiene química desde el primer instante. Pauls y Costa saben cómo mirarse, cómo hablarse, cómo picarse: reclaman otra película, mejor, para ellos. Por su parte, Luis Ziembrowski hace un breve show con frases bien colocadas, Rodrigo Pedreira es convincente como villano y Emilio Disi sorprende y se revela como un -otro- actor desperdiciado por un cine argentino que sigue tropezando con piedras que arrastra desde hace décadas.
La canción de Buenos Aires Surgida durante la estadía de Oliver Kolker en Estados Unidos, la idea germinal de Fermín, la película era, según afirmó el propio director en Pantalla Pinamar, reflejar los cambios de las implicancias del tango a lo largo de los últimos años, desde las estrictamente musicales hasta el ideario de vida subyacente a esas letras poéticas, desgarradas y melancólicas. El objetivo es tan ambicioso como válido: al fin y al cabo, hay antecedentes de películas que se apropian con éxito del arraigo cultural para luego maximilizarlo en una pantalla. En todo caso, la discusión debe darse sobre la forma elegida por Kolker y su codirector Hernán Findling para canalizar el objetivo inicial. Y es allí donde Fermín pierde, convirtiéndose en la enésima muestra de que la sumatoria de buenas intenciones no constituye necesariamente una buena película. El film está centrado en Fermín Turdera (Héctor Alterio), un milonguero de la vieja guardia cuya ancianidad lo encuentra empastillado hasta la médula en un neuropsiquiátrico público. La situación cambia con la llegada del doctor Kaufman (Gastón Pauls), quien no sólo descubrirá que el vocabulario del paciente está compuesto únicamente por frases de distintos tangos, sino que le arrastrará el ala a su nieta y única visita, la también tanguera Eva (Antonella Costa). Dos razones más que suficientes para que comience una investigación sobre el ritmo rioplatense. Investigación que incluirá visitas a distintos clubes, la presencia de personalidades del ambiente (por allí anda, entre otros, Carlos Copello) y una visita a la vieja colección materna de LP. Pero Fermín, la película también es –o quiere ser– el retrato de un hombre que atravesó la segunda mitad del siglo pasado, por lo que también habrá tiempo para una serie de flashbacks reveladores de las distintas facetas del pasado, referencias a Perón y los desaparecidos incluidas. El problema principal está en la imposibilidad de cuajar la totalidad de las partes. Más allá de la certeza de sus creadores, el film nunca define exactamente qué quiere ser, oscilando así entre la hagiografía tanguera, una crítica velada al sistema de salud, el drama histórico de consecuencias presentes (hay una disputa amorosa no saldada) e incluso una comedia romántica. Sincera aunque previsible en su primera faceta, endeble y descuidada en su segunda, el film suma un par de porotos gracias al aplomo de Pauls en plan de personaje digno de Ben Stiller, con su hombre buenazo superado por las circunstancias y dispuesto a todo con tal de quedarse con la chica. Incluso a tomar clases de baile y poner sus labios a centímetros del bigote postizo de Emilio Disi.
Tango que me hiciste bien Héctor Alterio interpreta a un hombre internado en un psiquiátrico que establece una particular relación con el médico nuevo (Pauls). Ambos compartirán su amor por el 2x4. Fermín fue un tanguero de ley, de esos que no dudaban de enfrentar al peligro en una milonga, que sabían conducir a una mujer en la pista, un poco calavera y muy amigo de sus amigos en una Buenos Aires descripta como una ciudad cuyo perfil está definido por la "música ciudadana". Y así como el western es el género cinematográfico por excelencia, creado y definido a partir de las reglas del cine, los directores Hernán Findling y Oliver Kolker se plantearon y hay que decir que lograron presentar un espacio similar con el tango, tomado como un subgénero del melodrama con compadritos, pasiones desaforadas, traiciones y destinos marcados para toda la vida. En ese sentido Fermín es un inteligente envase para el tango como producto de consumo mundial, con un relato que dosifica coreografías –tanto tradicionales como variados firuletes– para contar la vida de Fermín Turdera (Héctor Alterio), internado en un psiquiátrico en el último tramo de su vida y que solo se comunica a través de versos de tango y su terapeuta, el doctor Ezequiel Kaufman (Gastón Pauls), un idealista que se interesa por el protagonista y a través de su nieta Eva (Antonella Costa) inicia una investigación sobre el pasado de Fermín para encontrar las causas de su estado. A partir de este triángulo el relato apela a extensos flashbacks que saltan a la Buenos Aires de la década del 40, con un Fermín joven (Luciano Cáceres) y amigo de Ciempiés (interpretado por Oliver Kolker y ya mayor, por Emilio Disi). Allí se revela una faceta oscura del protagonista que se conectará décadas después, cuando su hijo desaparezca en la última dictadura y él se encierre casi para siempre. Y el círculo se cerrará con la relación padre-hijo que entabla con su médico, un vínculo que en definitiva los ayudará a ambos. Con todo su cálculo y más allá de algunos excesos de sus protagonistas, Fermín es una película honesta, una historia que trae al presente ese universo tanguero que parece tan lejano, un objetivo que parece simple pero que tiene contadísimos ejemplos dignos en el cine.
Emotivo Alterio y lindos bailes for export Esta película se hizo gracias al sistema crowdfunding, vulgo suscripción pública; 505 personas creyeron en ella y dieron algunos dinerillos. Con esa base pudo rodarse. El asunto incluye un viejo tanguero recluido en el pasado, el psiquiatra que lo atiende, y unos números de baile for export. Esto último pega mal, pero la pegó entre los aportantes, ya que "Fermín" inauguró el reciente Latino Film Festival de Chicago, con función de gala y fiesta posterior a cargo de nuestro consulado, y tuvo además buena respuesta de público en Pantalla Pinamar. Don Héctor Alterio encarna al viejo tanguero. Luciano Cáceres lo interpreta en su juventud y madurez (ambos calzan la misma mirada), dentro de un buen elenco donde se lucen dos comediantes de reducida pero efectiva participación: Emilio Disi e Iván Steinhardt, este último en rol de enfermero de manicomio. Es que el viejo está loco. Quedó muy traumado por las consecuencias de sus propias mezquindades respecto a un amigo y a su hijo no deseado. Tan traumado, que sólo puede expresarse con palabras ajenas. Tardará mucho en decir con sus palabras qué cosas le carcomen el alma. Resulta tocante la escena en que esto pasa, el monólogo casi final de Héctor Alterio. El detalle es que las palabras ajenas que usa el hombre son de letras de tango. Como Pepe Novoa en la comedia de José Santiso "De mi barrio con amor", sólo que ahí se trataba de un personaje gracioso, y acá debe ser dramático, pero a veces la cosa chirria un poco. Donde mejor funciona es en una escena de pasajera complicidad con el médico frente a la nieta insoportable, y en el diálogo de reencuentro con el ex amigo que encarna Emilio Disi. Uno confiesa su error con definiciones de González Castillo y Luis César Amadori ("envidia que me condena a vivir con esta pena, porque no hay mayor dolor que la envidia por amor") y el otro justifica su vida y su amargura con fragmentos del olvidado "Consejo de oro", de Arquímedes Arci: "fui creciendo a la bartola y en mis años juveniles agarré por el camino que mejor me pareció (...) y el mejor de mis amigos cuando pudo me vendió. Es elogiable el conocimiento y empleo de textos hermosos, varios de los 30, dignos de alguna obra de Alejandro Dolina en sus mejores tiempos. Lástima que esto no disimule varios desaciertos argumentales más tolerables en el teatro que en el cine, sobre todo en las escenas evocativas de los años 1945, 1955 y 1976 (y por suerte los autores evitaron casi todas las referencias politicas). Tampoco conviene sacar cuentas acerca de la edad de los personajes en cada época. Mejor sería sacar a bailar a alguna de las muchachas que van a las tanguerías, como hace el guionista y codirector de la obra Oliver Kolker, en el rol de "Ciempies joven". El otro director es Hernán Findling, que rima con crowdfunding. En la pista, Carlos Copello, Chicho Frumboli, Juana Sepúlveda, Silvina Valz y otras jóvenes glorias. "Fermin. Tango glories", casualmente, se llama la película en el mercado norteamericano.
No habrá ninguna igual Hay películas que son muy difíciles de analizar. Como cronista cinematográfico: que se pone sobre la balanza para otorgarle una calificación ? (la parte más odiosa del crítico). Se pone lo técnico solamente o se pone lo que se transmite, lo que siente. Un gran crítico cinematográfico me dijo una vez cuando yo recién comenzaba hace más de 20 años que los films había que verlos dos veces : uno para analizarlo técnicamente y otra para sentirlo. Eso es lo que habría que hacer con “Fermín”, Un film que técnicamente se podría hacer mucho mejor, también se podría hacer mucho peor, pero que llega al corazón de muchos de la que pudimos disfrutarla. Un film que con su música y con su danza hace que uno se transporte a esas tanguerias que muestra : las de antaño, las primeras y las actuales. Que hace disfrutar del tango canyengue y compadrito que bailaban entre los hombres hasta el más electrónico de la actualidad, sin dejar el baile del tango para shows. La historia de “Fermín” demuestra ser lo más trabajado y a la vez lo más flojo del film Un guión que demuestra un gran trabajo, sobretodo en las frases de l protagonista ya mayor cuando habla solo en letras de tango. Por otro lado el guión es flojo en algunas cosas y demuestra falencias tanto en algunas líneas como en algunas cosas que muestra. La síntesis de la trama del film es la de un anciano que se encuentra en un neurosiquiatrico y que nadie entiende lo que dice hasta que un novato psiquiatra se da cuenta que habla en letras de tango. La historia de ese anciano, Fermín, es lo base de una película que sirve para reivindicar, mostrar y hacer que el público goce de nuestra música ciudadana. Es interesante el trabajo de los directores en lo que a las escenas de baile se refiere. Llegan a tal punto que, quienes no la vimos en función de prensa sino en Pantalla Pinamar con público presente, veíamos como al finalizar cada baile la gente aplaudía a rabiar como si estuvieran viéndolo ahí donde estaba ocurriendo. En cuanto a las actuaciones se luce por momentos ese gran actor joven que es Luciano Cáceres como el Fermín desde la juventud a la adultez, así como la de Antonella Costa como la nieta. Dalma Maradona, como la esposa de Fermín cumple muy bien con su rol con una actuación concreta y creíble. Gastón Pauls aporta sus expresiones bucólicas que en este film le vienen como anillo al dedo. Decir Héctor Alterio y decir gran actuación es redundante. En este film vuelve a dar una clase de lo que gran actor puede llegar a realizar, sobretodo en el monologo casi al final que un Fermín Anciano le brinda al personaje de Pauls, quien parece que se encontrara allí aprendiendo de esa clase de actuación que brinda Alterio. En este rubro deje a Emilio Disi que realiza una de las mejores interpretaciones de los últimos tiempos con un papel que está poco en escena en relación a los protagonistas, pero que impone una presencia que será difícil de olvidar. Uno de los mejores trabajos de Disi, sin lugar a dudas. “Fermín” termino siendo ovacionado por el público en Pantalla Pinamar. Ahora llega a todas las salas del país. No habrá ninguna película igual a “Fermín” en mucho tiempo, un film que se puede amar u odiar, pero seguramente no se puede ignorar. Vaya al cine a verla y decidirse por Ud. Mismo de que lado esta
Hernan Findling y Oliver Kolker realizaron un ambicioso proyecto, con el ojo puesto en el tango y en los excelentes bailarines que participan. Una historia del ayer -bien trabajada con un Luciano Cáceres inspirado y creíble- y una actualidad que toma la locura del mismo personaje a cargo de Héctor Alterio y su psiquiatra Gastón Pauls, menos lograda. Aunque igual vale la pena verla. VAYA
Recuerdos de un compadrito Tanguera, evocativa y entrañable, Fermín ofrece alternativas y condimentos que mantienen el interés a lo largo de todo su metraje, logrando además convocar a la emoción. Debut cinematográfico del tándem compuesto por Oliver Kolker y Hernán Findling, el film narra una historia que atraviesa varias décadas y tiene como hilo conductor al personaje del título, un Fermín algo despótico, que de respetado compadrito en los años ’40 pasará a ser un solitario anciano recluido en un errático centro de salud mental. El film se ubica de entrada en ambos espacios temporales: en el hospicio, un joven médico busca desentrañar el misterio del comportamiento del protagonista en los arrabales de aquellos tiempos, la época de oro del tango. De a poco la trama irá revisando las controvertidas vivencias de ese guapo milonguero atormentado por un amor no correspondido, que sojuzga a causa de ello a la mujer que sí lo ama y a su descendencia. Con algunos recursos narrativos logrados, como ese perturbado Fermín que se expresa sólo con letras de tango, y una atrayente pintura de las milongas actuales y pretéritas, la película progresa y acrecienta su emotividad. Un par de decisiones de casting no demasiado acertadas no desmerecen el muy buen desempeño del elenco, con el regreso de Héctor Alterio y un Emilio Disi notable, fuera de registro.
Con la frente marchita La fusión de tiempos pasados y coloridos con un presente gris y deslucido no le encuentran el tono adecuado a Fermín, película que busca ubicar en primer plano al tango desde el minuto 1 hasta los créditos finales y que a veces pareciese un institucional for export para explotar esa mística que envuelve al baile del 2x4. Pero como indica el título, el protagonista de esta historia es Fermín Turdera (Héctor Alterio para el presente y Luciano Cáceres para el pasado), un anciano internado en un neuropsiquiátrico decrépito que solamente se comunica con el entorno repitiendo títulos o letras de tango, algo que sabe de hace mucho tiempo su nieta Eva (Antonella Costa), quien va a visitarlo de vez en cuando y que además se gana la vida como bailarina de tango y profesora de alumnos principiantes. La particular manera de comunicarse de Fermín es el detonante que llama la atención del flamante e ingresado al establecimiento doctor Ezequiel (Gastón Pauls) y el pretexto para conectar al espectador mediante flashbacks prolongados con las vivencias del protagonista (amores, traiciones, tragedias) en tres tiempos pasados que forzadamente mezclan los aires tangueros con referencias a la dictadura en un mismo nivel que hacen colapsar la psiquis de Fermín. A modo de simetría y como parte de la estrategia del guión para establecer un paralelismo entre Ezequiel y Fermín, la culpa de un padre ausente y la ausencia de un padre sin culpa se dan la mano y bailan un tango, aunque uno camina hacia el costado de la nostalgia y el otro tropieza con su propio rencor. No obstante lo que se transmite en la película de Hernán Findling y Oliver Kolker, donde los actores convocados realmente hacen lo que pueden, es una profunda desconexión y falta de criterio desde el punto de vista conceptual. Son ráfagas de buenas intenciones y escasas ideas que chocan de manera constante, aunque los tangos y el costumbrismo apunten siempre hacia otro lugar. Fermín no es un film que carezca de sensibilidad pero sí que hace del sentimentalismo su arma de doble filo y ese es su principal defecto y su carta de presentación, que lo hermana desafortunadamente con un cine argentino ya caduco.
Así es el tango… Como expresión particular del desarrollo cultural de la música popular porteña en la Argentina, el tango, como representación de un estilo de vida, ha ido perdiendo su mística para convertirse en un elemento más (de mucho peso) del folclore nacional que representa nuestro pasado abandonado desde la victoria de la industria y la sociedad del espectáculo, principalmente a través de la expansión del consumo de la música rock y del cine norteamericano. Fermín crea alrededor de la historia argentina y del estilizado baile del tango una historia sobre la amistad, la locura, la paternidad y el amor. La película dirigida por Hernán Findling y Oliver Kolker establece un pasaje entre momentos de la historia argentina. Por un lado, Fermín (Héctor Alterio) en el presente es un interno de un hospital psiquiátrico que habla frases inconexas que remiten a nombres de letras de canciones de tangos. Durante su juventud en Buenos Aires en el año 1945, Fermín (Luciano Cáceres) era un compadrito de ideas comunistas que frecuenta la milonga con su amigo Cienpiés, un ladrón, estafador y eximio bailarín de tango enamorado de Zulma, una bella mujer deseada también por Fermín. La película va narrando las equivocaciones y las tragedias en la vida de Fermín que lo llevan al instituto psiquiátrico desde el punto de vista de la heterodoxa investigación del doctor Ezequiel Kauffman (Gastón Pauls), un joven y brillante psiquiatra de ideas humanistas -recién llegado al hospital- que se obsesiona con el paciente y se enamora de su bella nieta, la bailarina de tango Eva Turdera (Antonella Costa). La burocracia estatal lo ha expulsado ya una vez, pero Kauffman cree que la psiquiatría solicita el involucramiento del doctor y no el diagnóstico pasivo para lograr la mejoría de los pacientes. Esto lo lleva a implicarse sentimentalmente con Eva y a comenzar una serie de ejercicios con Fermín para intentar descubrir qué lo llevó a su estado actual.
Tango, shrinks and nutcases don’t mix well on screen Stereotypes can be lethal — especially when taken seriously. Otherwise, when it comes to a parody or a situation comedy, they do pay off quite nicely. They are part of the game, and rightfully so. But when a naturalistic drama that calls for fully fleshed out characters resorts to stereotypes, the result is frankly off-putting. Add an unnecessarily convoluted storyline with unnecessary touches of picturesque fare (tangos and milongas, more precisely), absolutely unsuccessful performances from an entire cast, big meanings voiced over by cardboard figures, and a rather ludicrous premise to begin with. What you get out of such deadly mix is Argentine directors Hernán Findling y Oliver Kolker’s opera prima Fermín, la película, a movie that’s hard to forget. It all begins when Dr. Ezequiel Kaufman (Gastón Pauls), a good and humanitarian shrink who starts working at a Public Psychiatric Hospital, meets a most peculiar patient, Fermín Turdera (Héctor Alterio), an old man who does not connect with anybody at all. Speech wise, all he can do is utter lyrics of tango and milongas tunes — and you sure can’t carry a conversation like that. His only relative is his caring granddaughter Eva Turdera (Antonella Costa), an attractive tango and milongas dance teacher with a pervasive bad mood and a distressing love affair with his dance companion. She wants grandpa to get better, but thinks it’ll never happen since he’s been committed for ten years with no improvement whatsoever. So doctors have given up on him. That is, of course, until Dr. Kaufman arrives. Kaufman becomes close to Fermín (thanks to two or three empathic conversations, but mostly because the script says so), and will gradually get to the roots of his trauma. Past events and episodes in the 1940’s and onwards (which you see in didactic flashbacks) speak of an ill fated romance and betraying your best friend, of the underworld of tango (rendered in very, very trite manner), of a disappeared son during the 1976-1983 military dictatorship (a gratuitous inclusion just to make the drama all the more “gripping”) and, among many other things, of the love a father never gave to his son. Incidentally, there’s also an absent father in Kaufman’s life, which triggers his devotion to cure Fermín, who in the end becomes a thankful father to the good doctor and thus relieves his aching hear too. I’m tempted to say that Fermín, la película’s main problem is that it is a drama and not a melodrama, the only genre that could have supported such plot. And yet that’s not entirely so. Because the huge flaws in acting (everybody either over acts or is stiff as a rock, and I mean every single actor), the way sluggish pace of the storytelling, the cartoonish and unrealistic depiction of the mental hospital (patients are the kind of funny, likable, or violent nuts you only see in bad movies), and the one dimensional characters are indeed enormous problems that no genre could have solved. There’s no way to make a decent film out of a horrendous screenplay and equally horrendous direction. Given this set of circumstances, a constant, overall lack of verisimilitude is completely assured. Needless to say, there’s no fun, no insights, no real feelings to be found here.
Sigue creciendo el cine argentino. Se multiplican las voces y se replican los logros. Hay algunos saltos que dar en el camino, pero para eso hay tiempo por delante. Fermín, de los directores Hernán Fidling y Oliver Kolker, muestra madurez para explorar universos muy complejos, como el tango, la locura, el amor o las relaciones entre padres e hijos. Fermín es Héctor Alterio. Tiene la vista perdida en una ventana. Está canoso y desarreglado. Está en una institución mental. Unos pisos más abajo, su nieta pelea para poder verlo. Un nuevo médico se sentirá tocado por el caso de Fermín -que le recuerda a su padre ausente-, y luchará para sacarlo de su depresión. Pero la película no es deprimente. Es una historia que crece y crece, hasta cobrar el vuelo de las ficciones verdaderas, donde ya no importa tanto el "detalle", sino lo que nos está haciendo sentir y pensar el relato. Fermín, entonces, llega a su clímax con personalidad. El tango la recorre de cabo a rabo. Fermín vive entre recuerdos. Los primeros que se ven son de Buenos Aires, en 1945. Él tenía una tanguería, que la frecuentaban amigos, mujeres y malandras. Allí empezó a barajarse su camino, con un amor no correspondido, un embarazo no deseado y la lealtad en juego. En el ida y vuelta en el tiempo, volvemos a viajar desde el presente hacia 1976. Otra época difícil, con dilemas viejos y otros nuevos, además de un hijo creciendo. Las letras de las canciones se van grabando en la memoria de Fermín quien, en una especie de delirio, las repite 40 años más tarde frente al psiquiatra, como si fueran su única manera de dialogar. Y como la vida siempre sigue, el médico y la nieta de Fermín empiezan a encontrar un hilo para desenredar, y mientras tanto comienzan a anudarse otros en el presente. El trabajo de Antonella Costa es importante en toda esa progresión. Se trata de una de las mejores actrices de su generación y se pueden esperar grandes cosas de su carrera. Y, por supuesto, está Héctor Alterio, que desde hace casi 10 años no filmaba en Argentina y se luce en este regreso. El desvarío de Fermín es una ocasión especial para que Alterio toque delicadas cuerdas de la percepción, abordando con oficio el límite entre la realidad y la irrealidad en el que se mueve su personaje. Y si bien el filme es un drama, tiene humor, lo cual alivia su tono. A esa senda la transita sobre todo Gastón Pauls, quien sabe cómo introducir esa vibración en su papel, sin agregarle protagonismo excesivo ni quitárselo.
TANGO QUE ME HICISTE MAL El Dr. Ezequiel Kaufman (Gastón Pauls) entra a trabajar como médico psiquiatra en un neuropsiquiátrico público. Entre sus pacientes descubrirá a Fermín Turdera (Héctor Alterio) a su nieta Eva (Antonella Costa) (...) Ezequiel descubre que Fermín sólo se expresa a través de letras de tangos y que ese Neuropsiquiátrico estropea más de lo que salva. Pero la nieta vale la pena. Y allí va, este idealista que anda solito agarrado las polleras de la madre, tratando de curar y curarse. Poco para rescatar: los diálogos son flojos, la historia es falsa, los personajes son puros estereotipos. A Alterio se le entiende poco, lo que no deja de ser un alivio, y el filme es tan impostado que nada suena real. Por ejemplo, se habla mucho de los abrazos: en la calle, en la clínica y sobre todo en el tango. “Si la piba te abraza así –le dice un viejo milonguero al médico- está muerta con vos”. Pero, lamentablemente, a la hora de mostrar parejas bailando, el filme se olvida de los abrazos y manda a escena a tres parejas que interpretan “tango escenario”. Nada de abrazos, saltos, piruetas, payasadas, chicos de gimnasio disfrazados de arrabaleros. ¡Pobre tango y pobre cine! Ese sólo detalle impregna de artificiosidad a un filme lánguido, pesado, fallido, un melodrama que quiere ser pintoresco y no puede. ¿Algo para rescatar? La estampa de Antonella Costa, la primera milonga, bien bailada, en una pista barrera del año 45; el buen trabajo de Emilio Disi como un veterano baquiano y rencoroso. ¿El dato? Otra vez Luciano Cáceres anda enojado y otra vez, entre cortes, quebradas y evocaciones, entra por la ventana un poco de historia .
Lo pobre, si obvio, dos veces pobre Fermín cuenta la historia presente de un hombre mayor internado en un hospital neuropsiquiátrico público. Allí llegó años atrás, después de haber tenido una fuerte crisis producida por la muerte de su hijo a manos de la dictadura argentina. Pero la historia de Fermín (Luciano Cáceres / Héctor Alterio) es larga y tiene sus orígenes en la frustración del amor por una mujer que se fue con uno de sus amigos de la milonga. Sobrevendrá luego un matrimonio obligado (después de la pésima primera escena, no tenía más remedio que casarse). En el presente el hombre sólo habla pronunciando frases de tangos, y será un psiquiatra recién ingresado en el hospital quien intente resolver lo que esconde el encierro mental de ese hombre. En medio de ellos estará la nieta del viejo milonguero (Antonella Costa), que además de ser ella misma bailarina de tango se llama Eva. Todo lo que imaginen que puede pasar en una película así descripta, pasará inevitablemente. En Fermín todo es obvio y de manual (pero de manual malo, donde todo se simplifica al extremo). El médico atormentado por la relación con su padre, el padre que descuida a su hijo (¡por leer ensayos marxistas!), la esposa desatendida por el hombre con quien se casó sólo a causa del embarazo, la dictadura como lugar para la “denuncia”, el director del hospital a quien nada le importan los enfermos, el hombre que menosprecia a su pareja y el tango exclusivamente puesto para vender el producto en el exterior. De este modo la película se despliega con el exclusivo propósito de cumplir consignas concretas que recorren tópicos sumamente trillados. La resolución, entendiendo todo el desarrollo dramático, es tan elemental y superficial como el resto de la trama. Con la excepción de Emilio Disi, que construye un personaje con matices, sin estridencias y sin maniqueísmos, el resto de los recursos de la película, los actores, los encuadres, la iluminación e incluso los cuadros de baile incluidos con total arbitrariedad, demuestran la falta de capacidad tanto de los guionistas como de los realizadores para integrar la intención evidente (hacer una película vendible en los mercados internacionales) con el arte de la cinematografía.
Los acordes de la redención El tango está y vive en el tiempo, en los desdenes y tropiezos que la vida nos causa y siendo como fue su origen tan local y tan concreto, con unos personajes y un ambiente tan característico, ha llegado a adquirir una dimensión universal que para muchos admiradores de sus notas se les hace inconmensurable. Envueltos en estos acordes "Fermín, la película" inicia un relato en el que se entrelazan el pasado y el presente en la piel del protagonista cuyo nombre da título al film (Héctor Alterio) quien actualmente está internado (ya hace mas de 10 años) en un neuropsiquiátrico. Solo, en silencio, con la vista perdida en el horizonte de lugares transitados, muy lejos de aquí. Nadie puede comprender exactamente que quiere decir, cada vez que habla. Todas sus expresiones, rimadas y correctas, parecieran desprovistas de sentido lógico, pero están rebosantes de poesía ciudadana, visibles para quienes intentan acercarse a ellas, y no son ni mas ni me menos que frases y títulos tangueros, patrón que luego será descubierto por el médico que lo acompañara a lo largo de la cinta, a reconstruir los recovecos de su existencia. Son dos las narraciones las que irán iluminando las características de los personajes principales a medida que va avanzando el metraje. La de Fermín, (Héctor Alterio y Luciano Cáceres) un hombre que otrora fuera compadrito milonguero, mozo, apasionado, soltero y enamorado de Zulma Prando, que parte de un grupo de tres amigos, cuyas historias se irán desmenuzando hasta encontrar la razón de su padecer. fermin_2_Ew Por otro lado, veremos al médico nuevo en la institución, Ezequiel Kaufman (Gastón Pauls) que apenas ingresa, se topara con Eva (Antonella Costa), única nieta de Fermín,con la que trabará una relación especial. Después de todo, este paciente tan peculiar es su centro de atracción a la hora del trabajo. Y, como suele suceder en la vida real, a veces uno por designio del destino termina conociendo a alguien que influye y se funde con la propia historia. Es así, como Ezequiel, el joven médico, inicia una investigación con miras a encontrar algún tipo de pronóstico mas alentador para su paciente predilecto. Y sin querer termina ensimismado en ese universo tan lleno de códigos arraigados, bien expuestos y trabajados por quienes estuvieron a cargo de dirigirla. Kaufman descubre, no solo lo que el espectador espera conocer del mítico Fermín de los años 40’, sino también que se juega un poco con la suerte de ‘equilibrio’ que nos ofrece a veces la vida, reparando la figura de un padre ausente (el del médico) y el de un padre que viviendo con el hijo, no estuvo ni acompañó (Fermín), en una escena que invita a la emoción . fermin_3_Ew Me permito en este párrafo, ser mas subjetiva y contarles que es imposible no sucumbir frente al colosal Alterio (“Kamchatka”, El hijo de la novia”) cada vez que vemos al Fermín ya grande, desvastado, abatido. No puede uno mas que extasiarse por ese personaje, que vive y sufre un dolor profundo en el alma y con la maestría del actor, se ve reflejada en cada poro, en cada gesto, en cada surco que marca con profundidad la letanía y la oscuridad de sus horas de ocaso. Esperarlo para iluminar la pantalla grande, siempre vale la pena. El registro no siempre es tan parejo, sin embargo, quienes conocen, viven y sienten la esencia del ritmo que representa y atiende, lo mas nacional de nuestro ‘ser argentino’ mas tradicional, advertirán los matices históricos de la danza. La película dirigida por Hernán Findling y Oliver Kolker, tienen todos los elementos que dan movimiento al tango en su más explícito concepto: dolor, traición, amores que despiertan sentimientos oscuros, coraje, poesía que enmarca en sus rimas sonantes lo cotidiano, lo mas humano con su esplendor y sus bajezas. Emilio Disi (un grato regreso), Antonella Costa (“Garage Olimpo”), Luciano Cáceres (que sigue en cartel con "Gato Negro”), el destacado Luis Ziembrowski (“Deshora”) y Dalma Maradona (“La rabia”) son quienes componen el elenco y complementan de manera armoniosa esta producción local. "Fermín" captura la escencia del tango, sin dudas pero puede resultar no ser tan placentera para el público más tradicional que se aproxime a su propuesta sin tener empatía con la música ciudadana. Ese espíritu tanguero de “Fermín”, guapo, valeroso y alegre primeramente, luego ensombrecido por un aire pesimista que con gran lujo, recrean las desdichas propias y las desvergüenzas ajenas. Quizás, para entender su hechura, pudieramos describir el existir de este guapo de los años 40 en las palabras de Borges: "El infinito tango me lleva hacia todo".
Vidas dichas a ritmo de tango En la década del treinta y cuarenta en la Argentina, una serie de filmes contaron historias basadas en letras de tango. Eran películas sin grandes valores artísticos, planteadas con fines comerciales pero con gran anuencia de público. En esta tradición, parece insertarse “Fermín”, con la nostalgia como caballito de batalla, algunas pizcas de sensualidad y ciertos toques certeros de humor, aunque la obra demuestra falencias en su forma de contar y confunde acerca de si se trata de un homenaje al tango enmarcado en una historia ficcional o al revés. De todos modos, sirve para celebrar el regreso de Héctor Alterio al cine argentino del que estuvo ausente 12 años. El veterano actor interpreta al Fermín que le da título a la historia, con el interesante hilo conductor del enigma de un anciano internado en un siquiátrico. Este personaje establece un vínculo afectivo con el nuevo médico (Gastón Pauls), quien descubre que su paciente se expresa únicamente con versos de conocidos tangos y milongas. Para desentrañar el misterio, la trama busca en el pasado con un creciente protagonismo de la danza definida por Enrique Santos Discépolo como “un pensamiento triste que se baila”. A la par -y por momentos a la zaga- hay tres flashback que coinciden con momentos políticos diferentes: uno en 1945, otro -muy breve- en 1955 y uno más en 1976. Anclada en los clichés Un reparto de prestigio lleva adelante una galería poblada de personajes estereotipados. Demagógica, sin rubores, la película apunta a ganarse la forzada emoción y melancolía del espectador. Aun con las limitaciones del guión, el elenco cumple con su parte: Alterio resulta convincente en un trabajo difícil pero breve; Luis Ziembrowski con frases bien colocadas logra una crítica a los burócratas que conducen hospitales públicos y un fugaz Emilio Disi como el habilidoso bailarín Ciempiés deja con ganas de más, porque en una historia que oscila entre la comedia y el drama, ésta mejora en sus momentos de humor cargado de retrueques a los que aporta su oficio. Por su parte, Luciano Cáceres se mueve curiosamente con el mismo registro que tiene en “Gato Negro” (el que vio recientemente aquel film, encuentra al mismo prototipo sin variaciones sustanciales). Gastón Pauls repite su eterno rol de ingenuo bienintencionado y mejor un manto de piedad para el debut de la hija del famoso futbolista de quien se escuchan pocas y breves frases entre constantes gimoteos, gritos y llantos desconsolados. Finalmente, la película termina decantándose por la historia de amor que sucede en el presente entre el joven médico y Eva, la nieta del anciano, bailarina profesional de tango, interpretada con mucha piel por Antonella Costa. Cuando más es menos Dirigida a cuatro manos por Findling y Kolker, la experiencia parece corroborar aquello de que “muchas manos en un plato hacen muchos garabatos”, porque aquí, no hay ensamble sino suma. Se amontona con la intención de mostrar la música ciudadana como espectáculo vernáculo de proyección internacional, donde lo que tendría que ser secundario y continente (la danza y la música) absorbe a la historia contenida. Lamentablemente, cuando se reconstruyen episodios de 1955 y 1976, la puesta en escena es apurada y desprolija, llena de anacronismos. Entre los flashbacks de Fermín en su juventud (Luciano Cáceres) y referencias laterales a la Libertadora y los desaparecidos, el film pasa a mostrar atracciones tangueras en sus lugares y con su público, en largos números musicales que no están fluidamente ensamblados con las escenas de ficción, pareciendo videoclips insertados que hacen de la narración un relato disperso e irregular, con muchas facetas no del todo exploradas y personajes apenas esbozados. Por momentos, el producto parece ser consciente de su actitud desprejuiciada hacia el efecto fácil y busca introducir efectos cómicos que aligeren la carga dramática. El resultado es una película para nunca tomarse demasiado en serio.
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