Unico y singular
La escena tiene lugar en un elegante parque público de una civilizadísima ciudad europea, pero la cámara se comporta como un cazador furtivo en medio de la selva. Espía entre los arbustos, entrevé figuras borrosas entre los matorrales, toma imágenes bruscas, incompletas. Alguien se esconde y observa, otros se hacen los distraídos al fondo del cuadro, unos policías bajan de un patrullero, de pronto unos se largan a correr y otros los capturan, como zorros y liebres. Filmada en un digital “sucio” y el más contrastado blanco y negro, Figuras de guerra procede, en relación con lo real, del mismo modo que sus protagonistas, migrantes indocumentados que, provenientes de todas partes del mundo (del mundo pobre, del Tercer Mundo), llegaron hasta la ciudad francesa de Calais, con la intención de atravesar el Canal de la Mancha y recalar en Inglaterra. Figuras de guerra es como ellos: expectante, furtiva, vagabunda en ocasiones, con una idea en la cabeza que no sabe muy bien si va a poder concretarla, ni cuándo ni cómo. Esa identificación total entre obra y sujeto, entre lo que filma y cómo lo hace, entre forma y contenido, convierte a Figuras de guerra en un film absolutamente único y singular, más parecido a una experiencia que a una película.
Modelo traspuesto de cine directo, la experiencia que Figuras de guerra invita a compartir al espectador es la de esos ghaneses, nigerianos, turcos, afganos, serbios y kurdistanos, con los que la cámara convive durante 153 minutos. Ciento cincuenta y tres minutos que fueron tres años de convivencia real para Sylvain George, director, productor, escritor, camarógrafo, montajista, sonidista y hasta autor del poema con que la película se cierra. Si es muy común que un documental sea un trabajo artesanal y solitario, escrito por una única mano, Figuras de guerra es entonces el más documental de los documentales. Ganadora del premio a mejor película y el de la crítica en el Bafici 2011, galardonada en otros festivales internacionales a lo largo del año pasado, Figuras de guerra fue saludada, desde el diario Libération, como uno de los acontecimientos del año en Francia. Activista político con estudios de filosofía, Sylvain George, que cuenta con una obra considerable (pero enteramente desconocida en Argentina, con excepción de ésta y su continuación, Les éclats, exhibida en el último Bafici), se acerca a su tema, sus sujetos, casi más como poeta que como antropólogo.
Por algo el título original (Qu’ils reposent en révolte, algo así como Que descansen en rebelión) es una cita del poeta Henri Michaux. Por algo la película termina con un poema. Curiosa coincidencia: poesía literaria y visual abunda también en el otro documental con el que éste comparte cartel por estos días en la sala Lugones, la extraordinaria Tierra de los padres, de Nicolás Prividera. Sylvain George no aspira a la totalización, el estudio exhaustivo, el sistema, sino al detalle revelador, el fragmento iluminador, la sensación, la imagen capturada al vuelo. Tal vez por eso hay tanta espuma del Mar del Norte, tantos cielos grises, tantos rescoldos apagados de apuro, tantos hatillos abandonados ante huidas imprevistas, tantas gaviotas en Figuras de guerra. Pero poesía no es blandura ni despolitización. Como un indocumentado más (tres años de convivencia dan sus resultados), la cámara comparte con sus protagonistas sin nombre refugios improvisados, una sopa de cabeza de pescado preparada en la vereda, dormitorios al aire libre en medio del duro invierno de Calais, algún testimonio a cámara también.
Rituales cotidianos del migrante ilegalizado, que incluyen el acecho a los camiones que atraviesan el Eurotúnel, la eventual “colgada” del chasis que un cazador experto logra, el intento de abordaje de algún transatlántico. Y la espera. Sobre todo la espera, nota dominante tal vez de Figuras de guerra. Espera interrumpida por la imagen-shock, que la naturalidad de los protagonistas reconvierte en cotidiana: el hombre que borra sus huellas digitales con una hojita de afeitar; los que prefieren cubrirlas, tallándose la yema de los dedos con tornillos al rojo, en una suerte de body carving de la desidentificación. Que se trata de registrar lo real-metafórico y no de renovar un sensacionalismo documental alla Mondo Cane es algo que reafirman los chistes amigables, la charla distendida entre aquellos para quienes esa práctica espeluznante constituye apenas uno más de sus rituales de supervivencia.
A los 105 minutos de proyección, Figuras de guerra practica un corte, un cartel anuncia una segunda parte y de allí en más sobreviene la crónica de un desalojo: el de un campamento a quienes sus habitantes llaman “La jungla”, que el gobierno de Sarkozy ha resuelto barrer del mapa, enviando a su ministro de Inmigración, la Gendarmería y, finalmente, los bulldozers que tiran las tiendas abajo y alisan el terreno. Forcejeos, intervención de representantes de ONG y de activistas pro-inmigrantes, algún episodio de violencia policial, dispersión final y la nota desoladora dada por aquellos que huyeron de la guerra –ciudadanos afganos, por ejemplo– y que ahora serán devueltos a ella por una Europa cuya caída no parecía, tres o cinco años atrás, tan notoria. “Algún día Europa será Africa y Africa, Europa”, profetizó bastante antes un muchacho ghanés, entre risas y sin una pizca de resentimiento.