El Artificio lúcido
Habíamos anticipado ya la semana pasada el reestreno de uno de los mejores filmes que ha dado el siglo que transitamos: “Que descansen en la revuelta: Figuras de la guerra”, de Sylvain George, se podrá ver de hoy al domingo en el Cineclub Municipal Hugo del Carril (ya fue estrenado este mismo año por el Teatro Córdoba), un programa magnífico no sólo para pensar el mundo en que vivimos, sino también el cine y su destino intrínsecamente político. Documental de denuncia al mismo tiempo que ensayo poético y elegíaco, Figuras de la guerra es una obra que desafía todos los cánones conceptuales que suelen encuadrar a estos filmes, tanto políticos como estéticos, pues registra una batalla sorda por la supervivencia en el centro del primer mundo de una manera subversiva: aquí, la política está en la forma y no sólo en el contenido. No se trata meramente de testimoniar la lucha de los cientos de inmigrantes ilegales que intentan cruzar el puerto de Calais, al norte de Francia, paso central del Canal de la Mancha para llegar a Inglaterra y especie de limbo dividido entre el hambre y la violencia legal ejercida por un Estado fascista; sino que George va más allá al revolucionar las formas de este subgénero y componer un filme por momentos alucinatorio, que no pareciera transcurrir en esta tierra: una película de “ciencia ficción” en palabras del crítico Fernando Pujato (que incluye a la secuela Les Éclats: ma gueule, ma révolte, mon nom, traducida como Los fragmentos: mi boca, mi revuelta, mi nombre).
Ejercicio sofisticado de experimentación estética, tanto Figuras de la guerra como Les Éclats proponen un extrañamiento de nuestra percepción del mundo, decisión sumamente coherente pues se trata de mostrar de otro modo aquello que es condenado por las imágenes que circulan en los medios de comunicación, legisladores secretos de nuestra percepción del entorno. Como filósofo y activista social que es, George entiende que la dislocación política de un imaginario estigmatizador depende del modo en que se nos presenten las imágenes, y esta nueva ventana que nos abre al mundo es por tanto directa pero fragmentaria, poética al mismo tiempo que cruda, conmocionante pero de una belleza radical, testimonial y abstracta: el director apela a un abanico de posibilidades para (re)presentar el mundo de una nueva forma, que se ajuste a las condiciones de vida de sus protagonistas. Porque lo central en la película, rodada durante casi cuatro años en los márgenes de Calais, es que está filmada desde el punto de vista de los desplazados, desde la más profunda intimidad con ésos seres a la deriva, destinados a enfrentar a diario una guerra silenciosa, un Estado retrógrado que los tratará como animales o terroristas.
Sin ninguna voz en off que articule el relato, apenas con alguna cita inicial (de textos como Para una crítica de la violencia, de Walter Benjamín) que abre sus capítulos, Figuras de la guerra va directamente al hueso, aunque las primeras imágenes puedan indicar lo contrario: el plano inicial mostrará, en un blanco y negro granulado, un alambre de púas; le seguirán planos generales de montañas aparentemente rodados también en 16 mm., intercalados a veces por exposiciones directas al sol o alguna fuente de luz (una secuencia que tal vez refiera a los caminos transitados por los inmigrantes o sus antepasados). Pronto aparecerán nuestros protagonistas (siempre en blanco y negro, pero sin granulado), un grupo de jóvenes africanos que serán perseguidos por fuerzas policiales en una plaza pública: de allí en más, George no se despegará de los inmigrantes, conviviendo con diferentes grupos en su más íntima cotidianeidad, registrando sus vidas a la intemperie, sus estrategias de supervivencia, sus anhelos, pesares y sus discretas ilusiones. Habrá algunos momentos centrales: el principal, cuando filma el modo en que estos hombres se queman y desfiguran los dedos para borrar sus huellas digitales y eludir así una posible identificación de la aduana. Pero otro tanto ocurrirá en el capítulo final, cuando George registre la resistencia pública de un grupo de inmigrantes afganos, desplazados por una guerra desmedida en la que participan Francia e Inglaterra, e instalados en un asentamiento apodado “La Jungla”: la organización colectiva logrará atraer a los medios, pero así y todo los enviados de Nicolas Sarkozy no dudarán en aplicar una represión brutal y destruir el campamento. Otro punto de alta intensidad ocurrirá cuando George acompañe los intentos de los inmigrantes por cruzar el llamado Eurotúnel, sea escondiéndose en la base de un camión de transporte, sea saltando los alambrados del puerto.
Rodado en un blanco y negro fuertemente contrastado, que llega a desdibujar las líneas de los rostros y los cuerpos para componer fantasmas (políticos), Figuras de la guerra hace de la realidad una abstracción: la apuesta es por un fuerte artificio que sea capaz de abrir nuevas lecturas del mundo. Y por eso es significativo el uso que hace de la belleza: hermosos planos del mar, la luz, los animales o la naturaleza se intercalan con el registro de las víctimas, en un montaje dialéctico que expresa las contradicciones vivas del sistema. Otras veces, la lectura estará dada por el mismo plano, capaz de unir en un encuadre a los fastuosos cruceros franceses con los inmigrantes durmiendo en las calles del puerto. Lo notable es que con estos procedimientos la película alcanzará un nuevo grado de verosimilitud, en el que toda impostura quedará eliminada, y el resultado será un testimonio implacable de la batalla del hombre por el derecho a la vida.
Por Martín Iparraguirre