La ópera prima del cineasta cordobés Moroco Colman trabaja a partir de un registro de exploración cuyo centro está compuesto por los vínculos entre dos mujeres. Carla regresa después de un prolongado período de ausencia para acompañar a Martina, quien afronta la muerte de un hombre. El carácter controlador de una afecta y cae como un lastre para la otra, abierta a un duro juego sexual con un joven mayor que ella. Un moretón aparece como el primer indicio. “Me gusta el sexo fuerte” dice la chica; “no es gracioso”, le advierte Carla. Es apenas uno de los pocos intercambios que mantienen luego de un reencuentro frío donde las implicaturas superan a lo hablado.
Mientras tanto, Martina mantendrá sus rituales con Diego. Ambos conciben el sexo de manera rutinaria según dicta el deseo. Nada trascendente hay en un acto que es visto como si se tomaran una cerveza: se ven, se dan masa y tocan la guitarra. Los afectos son recuerdos lejanos en un ambiente crudo y despojado que la cámara recorrerá sin perder de vista esos cuerpos y rostros femeninos en contrapunto dialéctico. El presente es privilegiado y los perfiles se arman con el mismo tiempo de enunciación, como si el cerco comunicacional que mantienen las protagonistas se extrapolara a los espectadores, quienes deberán reponer información emocional elidida. No sabremos incluso con certeza qué lazo mantienen entre sí. En este sentido, Colman continúa una (ya) larga tradición de personajes en el nuevo cine argentino, desganados, abúlicos pero siempre creíbles.
La lógica de búsqueda que propone el filme se prolonga hacia un desafío formal en la medida en que se escogen diversos formatos de encuadre según los bloques de equilibrio y de leves alteraciones emocionales. Y si bien el virtuosismo técnico y cierta idea de montaje seducen visualmente, tal vez el corazón de la película parece invisible ante tanto cálculo.
Un cambio de registro y una pequeña ruptura abren el juego. De la palidez de la casa y los tonos azulados diurnos pasamos al rojo de una fiesta en la que Carla participa y se cruza con un amigo con el que compartirá un trío. A la vuelta, la experiencia parece poner a las dos mujeres en el mismo escenario, como si el tejido vincular se recompusiera a partir del dejarse llevar por el placer, más allá de la escatológica orgía de fluidos (alcohol, semen, vómitos). Martina se relaja cuando Carla aterriza y se muestra imperfecta. Solo estos deslices, que las devuelven a su estado original, otorgan el aire necesario a vidas urgidas de ventilación. A esta altura, el fin de semana deviene en un redescubrimiento, en una especie de resignación y de aceptación: somos lo que podemos ser.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant