Ayudado por dos actuaciones sublimes, Moroco Colman explora en su debut como director un universo femenino convulsionado.
Dos condiciones atmosféricas se disputan un espacio en Fin de semana, la ópera prima de Moroco Colman: el intimismo sensible y la confrontación vanguardista. Es probable que el director haya querido aunar ambas instancias para dotar a sus personajes de claroscuros, pero a diferencia de un filme como La Noche, de Edgardo Castro, en donde el desenfreno adquiría un aura espiritual, aquí lo dulce y lo punk lucen mezclados antes que orgánicos.
Fin de semana narra el reencuentro de Carla y Martina, dos mujeres de distintas generaciones. Pueden ser madre e hija, o quizás hermanas; el filme prefiere soslayar este dato y concentrarse en el vínculo a secas, sin parentesco que lo predisponga.
Lo único objetivo será que Carla visita a Martina por unos días para acompañarla en un duelo.
La película, con calma, va puliendo los rencores de una ausencia. La puesta está diseñada con múltiples elementos en tensión, la mayoría sugeridos. Cada escena tiene algo atractivamente autoconclusivo, con pequeños zigzags narrativos que habilitan el lucimiento actoral.
Las interpretaciones de María Ucedo y Sofía Lanaro son inagotables y excelentes, esta última cargando de electricidad a su personaje sin exagerarlo, con exabruptos viscerales bien alejados del berrinche adolescente.
La irrupción del sexo explícito quizás sea el mayor traspié del relato. No por cuestiones morales: la intensidad de las imágenes perdura por encima de la propuesta sigilosa; estamos ante provocaciones que distraen el corazón del relato, e inclusive hacen quedar como naif otras escenas en donde estas mujeres se asoman a la redención.
Algunos formalismos no son disruptivos pero flirtean con lo snob: la música atonal y el cambio de formato de pantalla en tres ocasiones (ratio de 1.33:1 para el inicio, 2.35:1 durante un episodio intermedio y 1.85:1 sobre la conclusión), cada uno con su propio director de fotografía. Esta alternancia de formato recuerda un poco a Mommy, de Xavier Dolan, aunque sin tanta torpeza poética. Nada cambiaba si Colman respetaba un ratio de principio a fin: la película seguiría siendo igual de sofisticada y las actuaciones igual de potentes.