Cuando la muerte es parte de la vida
El film de Yojiro Takita conmueve y hasta hace reír con la historia de un músico devenido funebrero.
Violonchelista sin demasiado talento, Daigo queda sin trabajo cuando la orquesta de la que participa se disuelve. Para el joven, la música es una parte fundamental de su existencia y al no poder seguir ejerciendo su profesión se siente abrumado. Junto a su esposa decide abandonar Yamagata, su ciudad natal, para trasladarse a un pueblo costero en el que, presume, hallará alguna labor para sostenerse. No es fácil, sin embargo, encontrar trabajo en esos días hasta que, por el aviso de un diario, se presenta en un local que, según presume, es una agencia de viajes. Pero cuando el dueño del lugar lo invita a su oficina, Daigo no puede contener su sorpresa al hallar sobre las paredes una gran fila de ataúdes. ¿Qué es ese espacio tan tétrico? Es, simplemente, una empresa funeraria que se encarga del lavado ceremonial y la preparación de los cuerpos de los fallecidos, previos a su cremación.
Poco dispuesto, Daigo acepta esa tarea y así, de la mano del propietario de la agencia, comenzará a desenvolverse en medio del desconsuelo de los deudos y de los rituales que preceden al adiós final de los fallecidos. El director Yojiro Takita recrea esta temática con honda emoción y una cálida melancolía. Utiliza el cambio de estaciones para hacerse eco de los estados de ánimo de los personajes y explora con sutileza cada uno de los momentos en que Daigo se encuentra cara a cara con las muchas maneras en las que la gente es visitada por la muerte. Por momentos demasiado extensa para el gusto del público occidental, Final de partida , sin embargo, conmueve sin falsos melodramatismos y hasta se permite algún rasgo de humor.
Preciosista en su puesta en escena, la historia pretende, y sin duda lo consigue, retratar una reconfortante afirmación de la vida. El elenco, encabezado por el excelente Masahiro Motoki, compone con indudable acierto esos personajes.