Los adioses
Drama japonés sobre un hombre que maquilla cadáveres.
Final de partida fue sorpresa en los últimos Oscar. Les ganó, en el rubro extranjero, a grandes candidatas, como Entre los muros y Vals con Bashir. El premio pudo haber sido objeto de asombro o desacuerdo y, sin embargo, fue coherente. La película, que parte de un planteo poco convencional e incluso revulsivo, termina siendo funcional al gusto de la Academia: con tendencia al drama conmovedor, mitigado por el alivio cómico; personajes entrañables o en vías de redención; altísima emotividad (reforzada por una utilización ampulosa de la música e imágenes estilizadas): lecciones de vida y, en este caso, de muerte.
La primera parte promete y no defrauda. Daigo, violonchelista fracasado, desocupado reciente, ve un aviso en el diario: "Se busca empleado para una empresa que ayuda a los demás a viajar". El y su mujer creen que se trata de una empresa de turismo. Pero no: es una que brinda servicios de Nokan, ritual de acicalar cadáveres, de embellecerlos en presencia de los familiares, antes de "la partida". Esa ceremonia del adiós, trabajada desde la curiosidad -acaso algo morbosa, ¿y qué?- y el humor negro es uno de los ejes logrados de la película.
En este tramo, el filme funciona como una novedosa tragicomedia y presenta, con sencilla sensibilidad, a los personajes. En una escena, la esposa de Daigo pega un grito de horror: un pulpo que compró para cocinar se mueve dentro de la bolsa de las compras. Piadosa, la pareja lo devuelve, un rato después, al agua. Pero el animal flota, inerte. Distintas puntas temáticas y perfiles de personajes se concentran, impecables, en una sola secuencia breve, fuertemente visual: cine en estado puro.
Además de Daigo, otro personaje central es el jefe/maestro de Nokan, Sasaki (Tsutomu Yamazaki, actor de varias películas de Akira Kurosawa). Sasaki comienza pareciendo un profesional fríamente lucrativo, lindante con el cinismo, hasta que se va revelando como una mezcla de artista y altruista que ayuda a resaltar la belleza de lo efímero y la única forma de "inmortalidad": el recuerdo de quienes nos amaron.
Final ... aborda, con variada delicadeza, un abanico de temas en torno de la muerte: desde la pregunta acerca de la naturalidad (la dignidad) de trabajar con cadáveres, hasta la pulsión sexual como contracara de la tanática; desde el sentido de esforzarse en un partido perdido de antemano, hasta el dilema de alimentarnos con carne de cualquier tipo (de "cadáveres", resume Sasaki).
El problema es cuando la película, en su resolución, intenta conmover con grandilocuencia y se acerca a un sentimentalismo previsible, manipulador. Los conflictos de Daigo -que casi siempre maquilla cadáveres bellos y jóvenes- se van cerrando de un modo redondo y subrayado. En la búsqueda deliberada de belleza extrema, la película pierde poder de empatía: devela mecanismos. Otro japonés, Hirokazu kore-eda, demostró en After Life que -con el mismo tema, y sin rehusar de los sentimientos- se puede alcanzar mayor sutileza.