¡Quiero mi libertad!
Esta tercera entrega de la trilogía sobre las mujeres israelíes a cargo de la actriz Ronit Elkabetz y de su hermano Shlomi Elkabetz tiene todo lo que hace atractiva a una película soberbia: provoca risas, sorprende a cada instante, ofrece un momento de suspense intenso y, sobre todo, a medida que avanza la trama y con toda habilidad, consigue sumergir al espectador en la situación insostenible y desesperanzadora por la que atraviesa Viviane.
La primera mitad de Gett: El divorcio de Viviane Amsalem (2014) es, quizá, la que más toma por sorpresa al espectador; primero porque se mantiene el misterio acerca de las razones que motivan, después de 30 años de matrimonio con Elisha (Simon Abkarian) la voluntad de Viviane de divorciarse, es decir, a verse repudiada por él, pues así son las cosas, ante un tribunal rabínico. Ante la falta de motivos por parte de ambos, de audiencia en audiencia, los tres rabinos que forman el tribunal entrevistarán a los diferentes testigos. De esta manera, en lugar de presentar la situación desesperada de la plañidera con un tono de lamentación, vemos desfilar a una galería de personajes tan pintorescos como graciosos, disfrutando del más apetitoso humor judío, con que la pareja de directores optaron a la hora de abordar lo absurdo de esta situación.
Esta estupidez, legible en los gestos cómicos del hermanastro rabino, en las palabras del hermano, en el descaro de la pariente soltera y, sobre todo, en la capacidad que cada uno tiene de contradecirse varias veces en la misma frase sin perder la compistura, no es, por ello, menos desalentadora, pues se deja entrever que de esta forma el proceso podría prolongarse indefinidamente sin haber avanzado un metro.
Y, en efecto, eso es lo que va a ocurrir: con el paso de los meses, terminan pasando cinco años (que deben sumarse a los 30 de un matrimonio respetuoso pero nunca feliz, toda vez que comprendemos que el "motivo" fundamental de Viviane no es otro que este, y que, aunque no lo da a entender claramente al principio, una vez empezados los procedimientos, ella siente que ha llegado al final de una larga agonía). Para siempre y aún hoy, el proceso sigue su curso para terminar volviendo al punto de partida, para volver a darse de cabeza contra una pared, para sentir casi en las propias entrañas el sufrimiento de Viviane, cuando termina en ese grito desgarrador, una, dos, tres, diez veces…: "¡Quiero mi libertad!"