Una película para ver
Debido a que gran parte del cine comercial no es otra cosa que una incitación sistemática a la adolescencia eterna y a los temas que la definen, cualquier película cuyo protagonista pase los 80 años merece atención. Es el caso de Girimunho, ópera prima de Clarissa Campolina y Helvécio Marins Jr. Con la presencia física de Bastú alcanza: más allá de la ficción, su lugar y su tiempo en el mundo exceden al guión, pues hay un entendimiento de otro orden. La anciana es de por sí tiempo condensado, y cuando dice "El tiempo no para, paramos nosotros" es una clarividencia vivida.
La cotidianidad en una zona rural de Minas Gerais es el evanescente tema. La palabra del título significa 'remolino'; en cierto momento, el fenómeno natural tendrá su aparición como si se tratara de un fantasma: efímero acontecimiento de la naturaleza, tan contingente como la vida de cualquiera de nosotros. Una noche como tantas otras, el esposo de Bastú, Feliciano, muere dormido. A esta altura de la vida llorar es una acción inadecuada. Si bien el espectro del difunto parece merodear, después de unos días la vida continúa para Bastú. Cantar, hacer bicicleta y caminar refuerzan su decisión: vivir es insistir, y Bastú sabe comunicarlo, por ejemplo a una de sus nietas, que quiere ir a estudiar a la ciudad.
Por momentos, Girimunho da un par de vueltas de más por cierto costumbrismo característico del cine independiente que dispensa el costado cómico de las prácticas de un grupo y lo sustituye por la curiosidad antropológica. Un poco de carnaval y folclore y algún que otro ritual cumplen la función de decorar innecesariamente la sencillez de una vida sin grandes sobresaltos, aunque Bastú tenga guardada un arma de fuego como si fuera un juguete del pasado remoto.
El registro es riguroso: las panorámicas son sobresalientes y el modo de filmar los interiores, en gran medida mediante planos generales recortados por los marcos de puertas y ventanas, es exquisito. La hermosura amenaza convertirse en postal, pero triunfa la voluntad estética de mostrar fielmente un lugar.
En cierto pasaje menor, Bastú, sentada en la entrada de su casa, le dice a su nieta que está "Imaginando la vida". Cuando Girimunho sintoniza con esa acción anímica de su protagonista, se libera de la antropología de exportación y pone en escena una experiencia de vida.