Larga travesía por el río
Guaraní es de esas películas que escapan a la grandilocuencia, al sentimentalismo, pero que en su austeridad y en su recato logran -a fuerza de honestidad- llegar a buen puerto en términos narrativos, dramáticos y emotivos.
La heroína de este debut en el largometraje de Luis Zorraquín es Iara (Jazmín Bogarín, toda una revelación), adolescente de 14 años que vive en Paraguay con sus tías, sus primas y su abuelo Atilio (Emilio Barreto), un septuagenario rígido y conservador, orgulloso de sus tradiciones guaraníes.
La madre de Iara vive en Buenos Aires y en una de sus cartas le informa que está embarazada y que no puede visitarla. Atilio -un pescador que maneja una lancha destartalada- se enterará del asunto e iniciará la larga travesía por el río hacia la Capital. El barco pronto queda inutilizado, pero la dupla seguirá a pie, en auto, en micro y en tren.
La película aborda de manera algo superficial y por momentos un poco obvia demasiados temas (las diferencias generacionales y de clase, las contradicciones entre la cultura guaraní y la argentina, el machismo y la discriminación hacia las hijas mujeres, el despertar sexual adolescente, las leyendas de los pueblos originarios), pero jamás cae en la demagogia, la bajada de línea ni el pintoresquismo.
Estas encantadoras historias mínimas (aunque más que con el cine de Carlos Sorín el film tiene varias similitudes con Las acacias, de Pablo Giorgelli) encuentran en la seguridad y sensibilidad de Zorraquín, en la belleza de las imágenes en pantalla ancha y, sobre todo, en la nobleza de sus dos opuestos protagonistas los argumentos suficientes como para constituirse en una de esas óperas primas que cada año enorgullecen al cine argentino, aquí asociado en muchos aspectos con el paraguayo.