El BAFICI, en los últimos años, empezó a sumar más y más retratos documentales de personajes que uno podría considerar como “llamativos”. Pueden ser freaks, curiosos o excéntricos, lo cierto es que se trata de un subgénero, para mí, muy poco apetecible, que consiste básicamente en reírse u observar condescendientemente algún personaje con una vida fuera de lo común y/o personalidad curiosa.
Sin embargo, dentro de esa línea de retratos, algunos se destacan por observar desde otro lugar: más humano, más comprensivo, compasivo, sincero y honesto. Este filme es uno de ellos. Al leer la sinopsis argumental y empezar el filme, uno tiene la impresión que no, que será un retrato sobrador de un personaje curioso como el tal Guido, un modisto boliviano que tiene una agencia de modelos en una villa de Buenos Aires, pero pronto nos damos cuenta que la directora entendió a la perfección el lugar en el que ubicarse y el respeto y dignidad que ofrecerle a su personaje y a las dos modelos que loo acompañan en un viaje a Bolivia a presentar un desfile en el lugar natal de Guido.
Aquí y allá el absurdo de alguna situación se cuela –como en la aparición de Guido en un programa de TV boliviana–, pero son inevitables por la propia lógica de la situación más que una decisión creativa de entrar en esas zonas. La película va más allá de eso y se convierte en un noble retrato de un hombre que trata de encontrar su lugar en el mundo haciendo lo que ama y de un grupo de chicas que sueñan sueños casi imposibles de princesas en las que aquí, al menos durante la hora y pico de este pequeño y delicado filme, logran convertirse.