La historia puede ser de esas que se tratan con acento en lo pintoresco: un inmigrante boliviano que, en cierto momento, decidió dedicarse a la moda y las modelos en plena Villa 31. Pero no es eso sino un retrato humano al mismo tiempo tierno y sin edulcorar, donde lo que parece contradictorio funciona como complementario. La película es de una humanidad notable que hace lo que debe un documental: permitirnos descubrir un mundo y comprenderlo.